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portadas, la tipografía. Todo eso para mí es un shock”.
Entiende así el empresario cuáles son los pequeños es-
labones que desembocan en grandes acontecimientos.
“Comprar determinada obra es posible con dinero, pero
el arte y la documentación efímera que explica cómo un
creador ha llegado a concebir aquella obra es también
capital para construir después la historiografía”. Pues a
eso es a lo que se ha dedicado José María Lafuente. A
unir los pasos que explican las manifestaciones artísti-
cas fundamentales en el siglo XX. Desde las vanguardias
europeas y las americanas en el norte y el sur hasta la
historia del arte más reciente en España.
“Aquí creemos que lo importante no es solo la obra
como tal, sino el contexto en que se produce”. Lo co-
menta mientras saca de un cajón la invitación a la pri-
mera exposición dadá. Con ello, Lafuente transita un
camino único en solitario a la par que los grandes mu-
seos empiezan a montar sus exposiciones y coleccio-
nes con esa misma intención: menos cantidad de obra
expuesta y mucho documento que ayude a entender
por qué ese trabajo se hace posible. Basándose en esa
directriz, surgida de la observación, el aprendizaje y
su intuición, Lafuente empieza a recopilar. Comienza
con la colección de Pablo Beltrán de Heredia, artífice
de la Escuela de Altamira: “Un grupo fundamental para
entender lo que fue la cultura en Santander durante la
posguerra”. Destacaron como impulsores de revistas li-
terarias, movimientos artísticos y poéticos en el mismo
entorno en que empezaban a publicarse revistas como
Proel o La Isla de los Ratones: dinamizadoras del talen-
to literario joven y veterano que se desenvolvía como
les venían dadas en tiempos de Franco.
De los fondos españoles, Lafuente pronto dio el salto
a Europa. Empieza adquiriendo la revista más codicia-
da del movimiento dadá: Cabaret Voltaire. “Es un salto
de calidad documental, pero también económico”, re-
cuerda. Hoy, cuando se dispone a deshacerse de su le-
gado y dejarlo en manos públicas, se pregunta cuál fue
su ambición en los comienzos. Qué le movió: “¿Lo quise
así desde el principio? No estoy seguro”. No parece del
todo consciente. Lo que sabe es que cada paso que daba
le llevaba a convencerse de que sus sospechas iniciales
corroboraban el hecho de que estaba componiendo algo
único. Hoy lo sabe porque muchos han querido hacer lo
mismo y les ha costado. “Cuando algunos museos o co-
leccionistas especializados han ido en busca de ciertos
tesoros, ya formaban parte de nuestro archivo”, asegura.
Al comprar la colección de Cabaret Voltaire deci-
dió que dedicaría más dinero al fondo. A la revista le
siguieron otras publicaciones vanguardistas, continúa
con su atención en torno al futurismo, se abre a las
corrientes de Centroeuropa, Rusia y Europa del Este.
“Voy conformando el fondo sin prejuicios de ningún
tipo”, comenta. Otra de las claves que le abren a un
apetito ilimitado. Y con esa falta de prejuicios se refiere
a límites intelectuales, pero también económicos: “Al
adquirir algo nunca he pensado si era negocio o no”.
Lo profesionalizó y ahora cuenta con 10 empleados con
dedicación completa. “Bastante si tenemos en cuen-
ta que en el Museo de Arte Moderno de Nueva York
[MoMA] tienen a cuatro personas”.
La tentación para la compra de Cabaret Voltaire le
vino de una librería italiana que descubrió en Brescia:
L’Arengario. Lo fi delizaron como cliente. Y en cuanto en-
tra algo de su interés, le llaman. Así ha ido tejiendo una
red por todo el mundo con chivatazos y proveedores del
material que le interesa. “No son muchas...”, asegura. Y
acto seguido las enumera: “Aparte de L’Arengario, tra-
bajo con Sims Reed en Londres, Günter Linke en Berlín,
Ars Libri [Boston] y Vloemans [La Haya]”. Además, está
atento a las subastas internacionales, cuenta con oteado-
res en América Latina y desde hace tiempo los galeristas,
artistas y otros libreros le ofrecen directamente material.
Con toda esa red ha con-
formado los 140.000 ítems
que componen hoy este ar-
chivo. Documentos, obra
y legados fundamentales
del futurismo, el surrealis-
mo, dadá, la Bauhaus, las
vanguardias rusas, las cen-
troeuropeas, la checa, po-
laca, latinoamericana... Los
archivos de Sol LeWitt, Jo-
seph Beuys. Ulises Carrión,
Maruja Mallo, la memoria
de la Movida madrileña y la
cultura de la Transición en
España... “Es un archivo pri-
vado con vocación pública”,
afirma Lafuente. “Y ha lle-
gado ya la hora del traspaso
a manos del Estado. Este es
el momento”. —EPS
“Es hora de que este archivo pase a manos del Estado.
Este es el momento”, asegura José María Lafuente
REPORTAJE
Fachada de la fábrica
de lácteos Lafuente en
Heras (Cantabria), donde
actualmente el empresario
José María Lafuente guarda
el archivo (en la página
anterior) que pasará en
un futuro a Santander.
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