El País Semanal - ES (2022-03-06)

(Antfer) #1

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Rosa Montero


Seguir bailando


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MANERAS DE VIVIR


E


l ave del paraíso de Victoria es un pájaro ori-
ginario de Australia. Es bastante vistoso, pero
su fama viene del espectacular baile de cor-
tejo que realiza el macho. Hay un usuario de
Instagram, birds_perfection, especializado
en colgar fotos de aves. Ahí acabo de ver un
breve vídeo que me ha dejado impresionada:
un joven ejemplar de esta especie se arranca a danzar
frente a una hembra. Despliega y levanta las alas, como
quien alza los brazos, y esconde la cabeza detrás de cada
una de ellas alternativamente en un gesto elocuente y
melodramático, igual que un actor shakespeariano en
pleno paroxismo interpretativo. Da saltitos de acá para
allá, cimbrea el cuerpo, esponja el pecho hasta con-
vertirlo en una bola de plumas, y su gesto de enterrar
la cara en el ala (como si se llevara el dorso de la mano
a la frente) se va haciendo más vertiginoso. Cuando ya
parece imposible que pueda menearse a más velocidad
y es evidente que está en la cúspide de su exhibición,
la hembra, que ha permanecido todo el rato entre ner-
viosa y displicente, alza el vuelo y se marcha. Impre-
siona ver cómo el pobre macho detiene la danza, cómo
se queda con las alas extendidas como un pasmarote
(toda esa ofrenda inútil), literalmente
boquiabierto, es decir, picoabierto, con-
templando con ojos vidriosos cómo se va
la chica. No consigo olvidar el esfuerzo
ímprobo del pobrecito pájaro y su des-
consuelo. Son unas imágenes conmove-
doras (merece la pena verlas, ya sea en
Instagram o poniendo en el buscador
Female Victoria’s rifl ebird unimpressed by mating dance).
Hace bastantes años hablé de otro ritual de cortejo
extraordinario, el de las mantarrayas, una criatura ma-
rina descomunal que puede alcanzar una envergadura
de ocho metros y un peso de 1.400 kilos. Pues bien, este
gentil coloso oceánico es capaz de impulsar su tonelada
de carne fuera del agua a una altura increíble, y volar
haciendo piruetas antes de precipitarse de nuevo sobre
el mar y darse un formidable panzazo entre oleadas de
espuma. Hay un vídeo de la BBC que recoge estos saltos y
que debe de estar entre las imágenes más hermosas que
he visto en toda mi vida (googlea More from BBC Earth -
Mobula rays of Mexico). Cuando la fi lmación se hizo, en
2015, se suponía que eran machos cortejando, pero un

importante estudio publicado en 2018 demostró que eran
hembras que, a la hora de buscar pareja, se ponen a na-
dar a toda velocidad seguidas por una cola de aspirantes,
entre quienes escogen a los más rápidos y fuertes. Y sus
espectaculares brincos son para llamar la atención y ha-
cer que la concurrencia de machos sea lo más grande po-
sible (me encantan estas hembras decididas y atléticas).
Todo este esfuerzo de las mantarrayas, y los dolo-
rosos tripazos en el agua, conducen a un acoplamiento
sexual de tan sólo 30 segundos de duración. Y tampoco
creo que las aves del paraíso empleen en su tejemane-
je mucho tiempo más. ¿Por qué será que cada vez en-
cuentro más semejanzas entre el ser humano y los de-
más animales? Puedo reconocernos fácilmente en esa
excitación anticipatoria, en el despliegue afanoso de la
mejor versión de uno mismo, en el palpitante frenesí.
Y después, demasiado a menudo, en el anticlímax de la
realidad. Desde luego los genes son unos tiranos. Ya lo
decía Schopenhauer: el amor es un engaño de la natura-
leza para conseguir la perpetuación de la especie. A las
mantarrayas quizá les baste la emoción sublime de vo-
lar y el tranquilizador logro de aparearse, pero en nues-
tra especie, con las complicadas cabezas que tenemos,

habiendo disociado sexo y procreación, enajenados de
nuestra parte animal y conscientes de la superpoblación,
las cuestiones amorosas nos cortocircuitan la sesera.
Y no hablo sólo del amor pasional y sexual. Hablo
de la básica necesidad de que te quieran, algo que no
sólo nos sucede a nosotros, sino también a muchos otros
animales, como, por ejemplo, los perros. Por eso me ha
conmovido tanto ese macho danzarín desdeñado, con
su expresión de despavorida incredulidad y su entrega
hermosa e inútil. Y es que en él veo refl ejado ese anhelo
esencial que experimentamos los humanos de ser mira-
dos, apreciados y elegidos. A este pajarito, y a todos los
pájaros del mundo, con plumas o sin ellas, les recomiendo
no desmayar, volver a intentarlo y seguir bailando. —EPS

En ese macho danzarín veo refl ejado el
anhelo que experimentamos los humanos
de ser mirados, apreciados y elegidos

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