Porque el ciclo de lucha ecológica que emprendí en mis primeros años en la política avanzó enormemente, aunque no
finalizará nunca. Algo similar ha sucedido en materia de libertades individuales –las cuestiones llamadas
equívocamente “valóricas”-. Entonces me pareció apasionante encarar un nuevo ciclo; tenía la intuición de que la era
de internet -una era de desarrollo exponencial de la ciencia y la tecnología- transformaría el mundo, generaría otra
sociedad, acelerando la obsolescencia de las instituciones vigentes.
Me planteé por qué no anticipar respuestas frente al cambio civilizatorio que se vislumbraba, y abrir un espacio para
pensar cómo se enfrenta el paso de un mundo lineal a un mundo complejo desde la innovación social y desde la
gobernanza. La clave estaba en dejar de mirar los problemas desde el rincón de la especialidad, desde la visión
compartimentada, es decir, la política desde los políticos, la ciencia desde los científicos.
En el año 2011 discutimos estas ideas con mucha gente, fundamentalmente, representantes de la Academia de Ciencia,
rectores de universidades, intelectuales. Trabajamos todo el año generando espacios de confianza porque la política y
la ciencia eran mundos que no habían conversado.
Los comienzos fueron difíciles porque la política era mirada desde la desconfianza, pero con trabajo sistemático y
respetando compromisos, logramos celebrar el Primer Congreso del Futuro con gran participación del mundo
académico.
Llevamos más de una década organizando el Congreso Futuro y esto nos ha confirmado que la única manera de
enfrentar los desafíos de este siglo es construyendo un espacio colaborativo de ideas.
Siempre pensé en un Consejo del Futuro como laboratorio experimental, un espacio de exploración en que política y
ciencia confluyen. Las instituciones tienen que vivir la metamorfosis marcada por estos tiempos. Todo el chasis
institucional: Estado, educación, iglesias, partidos políticos, medios de comunicación, entre otros, surgieron durante la
segunda revolución industrial, una era que se extingue por lo que tienen fecha de vencimiento.
Desde la Comisión Desafíos del Futuro y el Consejo del Futuro, intentamos situarnos en nuevas lógicas para un mundo
que no admite seguir aplicando mecánicamente las recetas que fueron exitosas ayer. Imaginamos a todas las
comisiones parlamentarias trabajando en alianza con el mundo intelectual, científico, filosófico. Indudablemente con
los territorios y sociedad civil pues no se trata sólo de cambiar el Senado.
Sin embargo, esta institución republicana puede y debe aportar enormemente al mundo que viene.
¿Por qué un Congreso Futuro?