Tapas N.23 – Mayo 2017

(ff) #1
Le han llamado bufón y usted se ha enorgullecido. ¿Cuál
es la diferencia entre un crítico con el sistema y un bufón?
La principal diferencia entre alguien que piensa de forma
crítica y alguien como yo es la exposición pública: el primero
tendrá problemas con sus amigos y sus compañeros de
trabajo, pero las personas de mi oficio los tendrán con la
parte de la sociedad que se sienta atacada y que, en algunos
casos, responderá a los ataques. Hacer que mis adversarios
pierdan los nervios es lo que más me divierte.
En una obra suya mataba a un crítico de ‘El País’ como
venganza. ¿Tuvo que reseñar aquel crítico la obra?
Era Joan de Sagarra [uno de los críticos más duros de
Barcelona en los años setenta, ochenta y noventa]. Lo
‘matamos’ porque actuó como testigo y respaldó las
opiniones del fiscal militar en el juico contra nuestra
obra La Torna. Habíamos tenido cierta amistad hasta
entonces. Cuando lo fusilamos en el escenario, Sagarra
respondió con el silencio y dejó de hacernos críticas.
Estaba fuera de juego: no podía escribir ni bien ni mal
de nosotros sin que alguien le preguntase si lo hacía por
despecho. Fue una venganza
muy bien pensada, muy
propia de mí.
Usted ha acusado a una
parte de intelectuales
españoles de coprofagia,
porque, básicamente,
aprecian y se alimentan
obras que son basura.
Hay un sector del público
considerado elitista que desprecia las obras de
aceptación mayoritaria en defensa, dicen ellos, de los
intereses del pueblo. Buscan obras que sólo ellos pueden
disfrutar y, en consecuencia, se tragan unas mierdas
insoportables. Yo mismo creé una obra fallida titulada
Mary d’Ous en 1973, que era bella plásticamente y una
auténtica mierda dramática. Cuando la terminé, me di
cuenta de que la había cagado.
Engañó a la crítica pero no pudo engañarse a sí mismo.
La apreciaron mucho en el Festival de Berlín y en el
Festival de Dos Mundos de Spoleto... y supuso nuestro
lanzamiento internacional. Cuando me preguntaban y
felicitaban los críticos y los periodistas, yo me hacía el
despistado para no hundir la compañía, pero ningún
artista puede engañarse a sí mismo. Engañó a aquellos que
pensaban que la modernidad es un ejercicio inacabado y
que Mary d’Ous reflejaba esa circunstancia. No se dieron
cuenta de que si parecía inacabada era porque no había
sabido acabarla, porque me había salido mal...
Hablemos brevemente del nacionalismo. ¿Cuál es
el secreto de la tremenda fuerza dramática de los
argumentos nacionalistas?

Es la potencia de una ficción inducida por paranoia, que es
la emoción más fácil de inducir. Volver paranoico a alguien
es sencillo: basta con que llames a un vecino a las cinco
de la mañana durante cuatro o cinco días seguidos. A
través de la paranoia han contado una historia de ficción,
con unos enemigos de ficción y un paraíso de ficción. A
diferencia de esta ficción, la realidad puede no gustarnos
y provocar dolor. Con esa paranoia se ha construido un
delirio que ha falsificado, entre otras cosas, la historia. Lo
español no ha sido capaz de seducir a la sociedad frente al
nacionalismo con una idea de modernidad y los españoles
han asumido estúpidamente la leyenda negra de su país
para beneficio de los nacionalistas.
¿A qué personaje del teatro o el cine se parece Albert
Boadella? Fue el padrino de Els Joglars, el coronel Kurtz
para los nacionalistas, el Hamlet de Esperanza Aguirre.
A Esperanza Aguirre le decía que ella era Luis XIV y yo
Molière. Me identifico con él porque era un dramaturgo
comediante enormemente crítico, que se acerca al poder,
que cuenta con la aquiescencia de una parte del poder y
que es capaz de destruir el poder. Él sentía esa necesidad
de terminar una escena, de formar y dedicar años a
una compañía que luego le sobreviviría. Si tuviera que
parecerme a alguien, sería a Molière.
Conocemos el legado de Molière. Pero, ¿cuál es
el legado de Boadella?
Es un legado sobre el presente, no sobre el futuro. Si
hubiera querido dejar algo para el futuro, me habría
dedicado a la literatura. Como corresponde a un hombre
de las artes escénicas que cuestiona la literatura en el
teatro, mi legado está condenado a desaparecer, es solo un
recuerdo, un conjunto de memorias esparcidas.
Aunque su intimidad sea infranqueable, el sentido del
humor y el sarcasmo que lo hicieron famoso vienen de
su mundo íntimo.
Sí, también aprendí a no tomarme en serio a mí mismo
gracias a mi padre. El sentido del humor, para él y para mí,
es el sentido de la distancia, una forma de contar las cosas.
Mi padre era republicano, había intentado atentar contra
Alfonso XIII, y, sin embargo, al hablar de la república, era
capaz de contarla como un desmadre, como una farsa.
¿Ha perdido la sociedad la capacidad de encajar una sátira?
Si te burlas ahora en una obra de un fontanero, saldrá
a criticarte la asociación de fontaneros. La sociedad
se ha debilitado tanto que necesita un conjunto de
asociaciones y jurisprudencias que la defiendan
de sus propias debilidades y tonterías. Ahora hay
muchos más límites a la libertad de expresión y te
pueden machacar mucho más que antes gracias a las
redes, que son brutales. Hay más límites a la libertad de
expresión que en los ochenta o los noventa... y eso nos
conduce a todos a la autocensura.

“haceR que mIS


adveRSaRIoS
PIeRdan loS
neRvIoS eS
lo que máS
me dIvIeRTe”

A MESA PUESTA

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