Tapas N.23 – Mayo 2017

(ff) #1

STARTERS


DIvuLgACIón

No obstante, lo esencial para disfrutar de una
ceremonia es entender su espíritu.
Para elaborar un té matcha solo es necesario
el chasen o batidor de bambú, un cuenco amplio
por el que tomarán todos los invitados y la
previsión de no calentar el agua más de 60 grados.
Después de varios años viviendo en Japón,
Pablo Alomar regresó a Madrid como importador
de sake y acaba de comenzar a traer té orgánico
de la familia Morimoto de Miyazaki (Kyushu).
Viene en pequeñas bolsitas envasado al vacío, y lo
prepara siguiendo su propio rito: música de fondo,
agua mineral y control de la temperatura.
Un buen matcha no necesita de nada más.
Su olor y textura cremosa engolosinan al que lo
toma. Ocurre lo mismo con otro de los grandes
tés de Japón, el Gyokuro, considerado aún más
exquisito, pues aunque procede de la misma
planta, 20 días antes de la cosecha los arbustos
son cubiertos con una red, lo que hace que su
concentración de clorofila y de aminoácidos sea
aún mayor.
En uno de los capítulos del manga Oishinbo,
un afamado senador estadounidense visita
Japón. Un amigo de la infancia quiere agasajarle
pero no puede competir con los lujosos
manjares que le ofrecen otras personalidades.
Así que le regala el mayor de los lujos: disfrutar
en la montaña de una taza de Gyokuro servido
con agua fresca de una fuente natural.
En Madrid lo tomamos con agua mineral a
tan solo 30 grados. Su aroma es frutal, su sabor
delicado, sin amargor alguno, con una densidad
sedosa y un retrogusto dulce. De él se pueden
ofrecer hasta tres infusiones y, como curiosidad,
en algunos lugares se invita a comer sus hojas ya
infusionadas con un chorrito de un rico vinagre
japonés. La comunión total. Música, recuerdos,
silencio y comprensión. El espíritu del té de la
montaña nipona llega así al corazón.

d


esde que el primer monje budista
chino llevara el té a Japón hasta
encontrarte un té latte o un té con
burbujas en cualquier esquina han
pasado unos 1.800 años. Un tiempo prudencial
para que esta bebida haya sido desacralizada
desde antes incluso de que se inventara la
bolsita en 1908 en Nueva York. Sin embargo,
preparar un té siempre tiene algo de ritual.
Pero por encima de todo es la ceremonia del
té japonés matcha la que se lleva la fama. Este té
en polvo se obtiene de la molienda de las hojas
del té mantenidas a la sombra dos semanas antes
de su recolecta, lo que potencia la clorofila que le
dan su verde brillante característico y también
sus superpoderes para combatir enfermedades y
conseguir la eterna juventud. Pero su verdadero
secreto está en la forma de tomarlo, ya que con un
té cualquiera, solo bebes la infusión —el agua—,
pero con el matcha también ingieres sus hojas
trituradas, lo que según Louise Creadle y Nick
Kilby —autores de El libro del té matcha (Libros
Cúpula) y El libro del té (Blume)— equivale a
tomar 10 tazas de té verde normal. Un subidón.
Quizás por eso los monjes lo consumían desde
el siglo XII durante la meditación: para evitar
dormirse. Cuatro siglos más tarde, con la figura
de Sen no Rikiu, llegó la ceremonia, que aún hoy
en día se puede experimentar. Puede durar más
de cuatro horas y, aunque está inspirada en los
preceptos del budismo Zen –como la muestra de
humildad al entrar en la casa del té arrodillado
por una pequeña puerta, la purificación de los
invitados y de los utensilios o los acompasados
y lentos movimientos del maestro–, se ha ido
sofisticando. De hecho en esta ceremonia se
comenzaron a ofrecer una serie de bocados que
expresaban el vínculo espiritual con la naturaleza
y que dio origen a la cocina kaiseki, que tanto ha
influido en cocineros como Ferran Adrià.


Disfrutar de
un té en toda su
plenitud sigue
requiriendo
de un cierto
ceremonial, casi
como 1.800
años atrás.

el esPÍRitu del tÉ


Hace ya tiempo que el té le disputa el protagonismo al café para esos
pequeños momentos de placer pero, ¿conoces la genuina forma de servirlo?

texto yaNET aCoSTa
Free download pdf