MODELAR EL FUTURO 13
puedan transmitir su nacionalidad a los hijos nacidos de padres extranjeros.
Es un derecho que otros Estados más progresistas de Oriente Próximo, como
Líbano, no se acercan siquiera a adoptar, pese a las presiones en este sentido.
El concepto de avance en los derechos de la mujer suele estribar menos
en indicadores superficiales como la vestimenta en sí y más en la capacidad
de las mujeres de elegir libremente su indumentaria, así como de controlar
y decidir otros aspectos de su vida.
En Arabia Saudí, hasta hace bien poco las mujeres y las niñas necesitaban
la autorización de un hombre de la familia para viajar, casarse o cursar estu
dios superiores. En agosto se introdujeron nuevas leyes destinadas a flexi
bilizar un sistema de tutela masculina que trataba a las mujeres como
menores de edad. La misma dirigencia saudí que en 2018 las autorizó a con
ducir vehículos había encarcelado a varias de las primeras activistas en
reivindicar ese mismo derecho. Muchas de ellas siguen en prisión, y sus
familias denuncian palizas, torturas, acoso sexual y confinamiento aislado.
El mensaje que transmite su detención es claro: en Arabia Saudí son los
mandatarios quienes deciden conceder derechos a las mujeres si lo creen
conveniente, no ellas quienes se los arrogan o se los ganan desde la calle.
Las mujeres no tienen ni voz ni voto en el asunto. No vengáis con peticiones
ni exigencias, y dad gracias de que se os conceda lo que se os concede.
¿Cuál es, entonces, el modo más efectivo de trabajar por la igualdad de
género? Las experiencias de varios países africanos y árabes ponen de mani
fiesto algunas vías por las que las mujeres están revolucionando sus respec
tivas sociedades.
en la primera mujer que ocupaba la presidencia de Malawi, a pesar de que
no procede de una familia de políticos y de que su país, uno de los más pobres
de África, no ha implantado cuotas de presencia parlamentaria femenina.
Situado entre Zambia, Tanzania y Mozambique, Malawi tiene casi 18 millo
nes de habitantes. Los reiterados intentos de introducir una cuota femenina
en el Parlamento –el último en diciembre de 2017– siempre se han visto
frustrados. Con todo, y pese a la falta de infraestructura institucional que le
permitiera ascender, de contactos familiares y de dinero con los que allanar
su camino, Banda lo consiguió.
Su padre pertenecía a la banda de música de la policía de Malawi. Ella
recuerda cómo un amigo de la familia al que llamaba tío John dijo a su padre
que la pequeña Joyce, que por entonces tenía ocho años, llegaría lejos en la
vida. «Se me quedó grabado. Plantó una semilla –dice–, y tuve suerte, porque
mi padre nunca dejó de repetirme lo que había dicho el tío John, así que
siempre supe que llegaría lejos».
Banda fue ministra de Género, Bienestar Infantil y Servicios Sociales y
ministra de Asuntos Exteriores antes de ser elegida vicepresidenta en 2009.
Ocupó la presidencia tras la repentina muerte de su predecesor y la ejerció
entre 2012 y 2014.
África ha tenido varias presidentas «y, en fin, Estados Unidos todavía está
en ello –dice Banda–. Algo estaremos haciendo bien». Atribuye el progreso
de África a la memoria histórica de sus liderazgos femeninos precoloniales,
el recuerdo de unos sistemas de poder matrilineales arrumbados por los colo
nizadores occidentales patriarcales, y a un enfoque conciliador del feminismo.
En 2012 Joyce
Banda se convirtió