National Geographic Spain - 11.2019

(Steven Felgate) #1

18 NATIONAL GEOGRAPHIC


BOCHRA BELHAJ
HAMIDA
ABOGADA Y
PARLAMENTARIA
DE TÚNEZ


Las activistas
temíamos
que la
revolución
supusiese
un retroceso
para la mujer,
pero ocurrió
justo lo
contrario.


Es «ingenuo», dice, que los colectivos internacionales «vengan a África
convencidos de poder resolver nuestros problemas. Luego se dan cuenta de
que pueden pasarse aquí 20 años y marcharse» sin haber conseguido apenas
nada porque «algunos de los problemas que vienen a resolver están tan
arraigados en la tradición que no son capaces de desentrañarlos». En su
opinión, es más eficaz cambiar una cultura desde dentro, ganándose la
voluntad de quienes ejercen el poder, en este caso los jefes. Y cuando esos
jefes son mujeres, el impacto puede ser inmenso.
Algunas han llegado al poder por herencia o sucesión: en el caso de la jefa
Kachindamoto, siguió los pasos de su difunto padre.
Su jurisdicción abarca 551 poblaciones y 1,1 millones de habitantes. Aun­
que afirma que su primera obligación es ser «custodia de la cultura», desde
que ocupó el puesto en 2003 ha trabajado por cambiar algunas de las prác­
ticas culturales de su tribu, entre ellas la iniciación en la que hombres des­
conocidos desvirgaban a las niñas púberes.
Se ha topado con la resistencia –e incluso con amenazas de muerte– tanto
de subjefes y líderes subordinados como de otros jefes de su mismo estatus.
Su familia la advirtió, temiendo por su integridad. Otros jefes veteranos le
dijeron: «Se nos ha dado esta cultura para que sigamos con nuestros usos;
¿quién eres tú para cambiarla?». Pero Kachindamoto se revolvió: «Yo me
impuse: “Vosotros sabréis si queréis hacerlo o no en vuestra zona, pero en
la mía digo que este rito se acabó, os guste o no os guste”».
Cuando era jefe, su padre había intentado sin éxito prohibir aquel rito
iniciático. El miedo al VIH/sida en un país donde uno de cada 11 adultos de
entre 15 y 49 años está infectado ha ayudado a que su hija lo haya conseguido.
Kachindamoto también prohibió el matrimonio infantil y reescolarizó a
las niñas mucho antes de 2015, año en que Malawi aprobó la ley que elevaba
la edad mínima para contraer matrimonio de los 15 a los 18 años. Una
enmienda constitucional de 2017 ajustó la carta magna a esa nueva ley. Al
principio, recuerda la jefa Kachindamoto, la gente no quería saber nada, de
modo que creó un conjunto musical que iba de gira por la región; cuando el
público se reunía para escuchar la música, ella aprovechaba para transmi­
tirles su mensaje contra el matrimonio infantil y los ritos iniciáticos. Desde
entonces ha firmado ordenanzas que prohíben esas prácticas en su jurisdic­
ción y destituido públicamente a aquellos jefes que continuaban con los
ritos, ejemplarizando con ellos a la comunidad. Al mismo tiempo ha colocado
a unas 200 mujeres en puestos de autoridad. Cuando ocupó la jefatura,
recuerda, «no había mujeres al frente de las poblaciones, solo hombres, así
que cambié esa cultura».
El matrimonio infantil está vinculado a la pobreza, y Kachindamoto intenta
combatir ambas lacras. Señala que el precio de la escolarización constituye
un importante obstáculo a la hora de mantener a las niñas en el colegio
dentro de una región cuya economía se basa en la agricultura. «Hablé con
los directores [y les dije que] si estas niñas no pagan, no deben echarlas,
porque a los diez minutos los padres estarían entregándolas a algún marido».
Su voz no es la única que está mudando el paisaje cultural de Malawi.
Desde la Autoridad Tradicional de Mwanza, en el distrito de Salima, Cha­
lendo McDonald, de 67 años, más conocida como jefa Mwanza, también ha
prohibido los ritos de iniciación sexual y el matrimonio infantil. La jefa
Mwanza tiene mando sobre 780 poblaciones y unas 900.000 personas de la
etnia chewa. También ella se ha propuesto transformar Malawi y ha nom­
brado un total de 320 jefas en su distrito porque, en sus propias palabras,
«las jefas tienen en cuenta los problemas de las mujeres».
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