El Mundo - 08.11.2019

(vip2019) #1
dado en tierra de nadie se llenaron
de termitas metálicas, decenas, cien-
tos de grúas trabajando en torres de
oficinas y apartamentos exclusivos
con fachadas de acero y cristal, sím-
bolo de transparencia.
Las gigantescas estatuas comunistas
se retiraron de los parques, empe-
zando por la Cabeza de Lenin, cons-
truida en granito rojo y con 19 me-
tros de altura. Se demolió el Palacio
de la República, sede del parlamen-
to de la RDA, para construir en su lu-
gar una réplica del Palacio Real que
el régimen comunista destruyó en
los años 50 por considerarlo símbo-
lo del imperialismo prusiano. La idea
era dar a la plaza formada por la ca-
tedral protestante y los museos un
conjunto más armonioso. Se salva-
ron, entre otros, las estatuas de Marx
y Engels, la torre de la televisión,
murales representando la victoria el
socialismo en fachadas de edificios
administrativos y uno de los puestos
de control entre el sector estadouni-
dense y el ruso, el muy banalizado
Checkpoint Charlie.
En la operación de limpieza de los
vestigios de un régimen totalitario
que sus víctimas debían borrar de la
memoria se pensó incluso en susti-
tuir el Ampelmann, literalmente el
hombrecillo del semáforo, por la se-
ñalización estándar. El Ampelmann
sobrevivió, igual que el tranvía, que
sólo circula en el Este.
«El Berlín de ahora no me gusta»,
declara Markus Maxen. Su barrio,
Prenzlauer Berg, «ha sido tomado»,
como él afirma, por «parejas con
buenos ingresos, cafeterías y restau-
rantes para pijos, galerías y super-

M A R I A N O R A J O Y «No podemos volver a las ideas que fueron liquidadas


cuando cayó el Muro. Toca continuar con las políticas reformistas»


El todo de los berlineses que residían
en los sectores británico, francés y
estadounidense se cristalizaba en los
famosos Almacenes del Oeste, el Ka-
DeWe, situados en la prolongación
de la avenida de Kurfürstendamm, la
arteria comercial más elegante y co-
nocida de la ciudad. «Cuando cayó el
Muro, el KaDeWe y el Ku’dam [co-

Treinta años des-
pués de la caída
del Muro de Berlín,
los 155 kilómetros
de muralla y concer-
tinas que simbolizaron la Guerra
Fría y condicionaron hasta el límite
de lo insoportable la vida de millones
alemanes se han reducido a unos re-
tazos para el recuerdo y los miles de
turistas que viajan a la ciudad atraí-
dos por un pasado repartido en pis-
tas de yincana. El otro Muro, el resul-
tante de dos procesos de socializa-
ción opuestos, sigue ahí. Invisible
pero latente. Berlín late a ritmos dis-
tintos. El Este y el Oeste votan distin-
to y se alumbran distinto, como cap-
tó en 2012 desde la Estación Espa-
cial Internacional el astronauta
André Kuipers. Luces amarillas en el
Este, verdes y de bajo consumo en el
Oeste. Por no compartir, no compar-
tieron ni el Mayo del 68. «Eran dos
mundos. Nosotros vivíamos en el
Oeste, a una hora en coche de mi tía,
que estaba en el Este. Mis primos
saltaban de alegría cuando les llevá-
bamos algún vaquero y mi tía agra-


decía el café o una radio. Pero allí to-
do era muy raro. Las salchichas sa-
bían de otra manera, como la cola»,
recuerda Silke Müller, cajera en un
supermercado. «Veo plátanos y me
acuerdo de ellos y eso me pasa a dia-
rio, pero no me río», agrega Silke en
referencia a uno de los muchos chis-
tes que circulaban en Berlín occiden-
tal: «¿Por qué está torcida la bana-
na?: Porque durante 40 años tuvo
que evitar la RDA».
Fue en la noche del 9 de noviembre
de 1989 cuando los berlineses del Es-
te rompieron su encierro y, sin pre-
tenderlo, el de sus compatriotas del
Oeste, relegados por los cartógrafos
de Yalta a vivir en un enclave bien
surtido de bananas, pero rodeado
por el enemigo. Porque no fue hasta
la caída del Muro cuando los berline-
ses occidentales pudieron traspasar
los límites de la ciudad y disfrutar de
los bosques y lagos vecinos. «Noso-
tros teníamos de todo y éramos li-
bres, pero lo cierto es que no tenía-
mos adonde ir», recuerda a este dia-
rio Marita Missling, maestra
jubilada.

J O H N F. K E N N E D Y «Este brutal cierre de la frontera representa


una decisión soviética básica que solo la guerra podría revertir»


DOS


UNA


mo se conoce popularmente esa ave-
nida] se convirtió en un trasiego con-
tinuo de berlineses orientales y no
me pregunte cómo lo sé, porque se
les notaba a la legua por cómo ves-
tían, por el corte de pelo y por su ac-
titud, entre la euforia, la perplejidad
y el complejo», relata Missling. Ella
tardó un año en echar un vistazo al
otro lado del Muro. «No había nada,
aunque me han dicho que ha cam-
biado mucho».
Tanto, que a los berlineses orientales
les cuesta reconocer su trozo de ciu-
dad. Con la demolición del Muro,
que comenzó oficialmente el 13 de
junio de 1990 y concluyó en noviem-
bre de 1991, las calles dejaron de te-
ner final. Las llamadas franjas de la
muerte y las zonas que habían que-

i


POR
CARMEN
VALERO
BERLÍN


da orgullo del régimen, no ha logra-
do despegar como se esperaba.
Aquí, como en las torres-dormitorio
que emergen desde atrás, la vida en
libertad se celebra en la desvencija-
da Alexanderplatz o en los centros
comerciales aledaños. Una visita a
los almacenes KaDeWe –que estos
días ha cambiado la W de Westen
(Occidente) por la B para erigirse en
los Almacenes de los Berlineses, Ka-
DeBe– es casi una expedición. Y en
eso hay reciprocidad. Raro es encon-
trar a un berlinés occidental más allá
de las tiendas y restaurantes que
bordean Gendarmenmarkt.
Berlín es «fea y pobre pero sexy» di-
jo en 2002 su alcalde, Klaus Wowe-
reit. Ahora, dependiendo de a quién
se le pregunte, Berlín es, simplemen-
te, una ciudad donde se vive y se de-
ja vivir. Y cada uno lo hace en su lu-
gar. Hasta los amantes de la ópera si-
guen la norma. La Deutsche Oper,
situada en el Oeste, tiene su público
y la Staatsoper Unter den Linden, en
el Este, el suyo. En el Este se vota al
partido poscomunista Die Linke y en
el Oeste, a socialdemócratas (SPD) y
conservadores (CDU)
En el deprimido pero sexy Berlín
oriental, se instaló Renate para em-
pezar de nuevo. «En la RDA trabaja-
ba de puta», me soltó a bocajarro mi
primera vecina en la capital. Vestida
de la mañana a la noche de Chanel,
Renate y su caniche encajaban más
en el Oeste pero a ella le gustaba de-
sayunar en las Galerías Lafayette de
la Friedrichstrasse. Su campo de ac-
tuación eran las ferias de muestras
de Leipzig, frecuentadas por extran-
jeros a los que debía sa-
car información sobre
las personas a las que ve-
rían y por qué. Ella infor-
maba luego a la Stasi y la
Stasi le permitía cruzar
el Muro con su descapo-
table cuando le apetecía.
«Jamás conduje un Tra-
bant ni tuve que esperar
años para tener un auto-
móvil. Me quedé emba-
razada de un embajador
extranjero», explicó.
La libertad comprada
por mi vecina se disfrutó
gratis y a mansalva entre
la caída del Muro y el establecimien-
to de nuevas estructuras en el Este.
«Fueron unos años increíbles. No ha-
bía reglas claras ni ninguna autori-
dad que las ejecutara», recuerda
Günter Zimmerman. La vida cultural
en Berlín oriental salió del armario
en plena ebullición. Las calles se lle-
naron de grafitis, libros y discos
prohibidos iban de mano en mano.
Y, en 1991, nació Trésor, cochambro-
so templo de la música tec-
no. En el Oeste, se rinde cul-
to a la Filarmónica.

mercados donde todo es vegano y
ecológico». La subida de los alquile-
res ha sido tal que la gente de toda la
vida ha tenido que marcharse. «Nos
están arrinconando», denuncia Ma-
xen, decepcionado con la unifica-
ción. Las estadísticas le dan la razón.
La gentrificación es una realidad y
los nichos de pobreza y desigualdad
se desplazan y aumentan en el Este.
Cuando la capitalidad de Alemania
se trasladó de Bonn a Berlín, una vez
sellada la unificación, Berlín oriental
era territorio comanche para los mu-
chos funcionarios públicos, personal
diplomático y periodistas que siguie-
ron al Gobierno. Había incluso taxis-
tas que rechazaban los trayectos al
Este por desidia o desconocimiento
del callejero. La vivienda en Mitte,
barrio que quedó en el centro, era
más barata que en el Oeste, aunque
la cercanía a la Puerta de Brandebur-
go o la isla de los museos suponía no
tener supermercados o farmacias a
la vuelta de la esquina.
No había estructura de barrio, nada
que hubiera favorecido el consumo.
Y esa ha sido una de las razones por
las que la Frankfurter Allee, la aveni-

El Muro cayó pero sigue en pie otro, invisible pero latente,


resultado de los procesos sociales opuestos que han vivido


el Este y el Oeste de Berlín, donde se respira distinto


M U R O D E B E R L Í N


EL MUNDO. VIERNES
8 DE NOVIEMBRE
DE 2019

P A P E L P Á G I N A 1 0

Free download pdf