EL MUNDO.
HOJA Nº (^26) P A P E L LUNES 14 DE OCTUBRE DE 2019
La culpa, por así decirlo, la
tuvo un mensajero de
MRW. Que aquel 18 de
enero de 2019, jueves,
gélido jueves, se presentó a
mediodía en la residencia
Montesalud de Las Rozas,
con un paquete bajo el
brazo. Lo que sucedió a
continuación no hay que
imaginarlo, porque lo
registraron las cámaras del
lugar. El motorista entró en
el hall. La puerta se quedó
lamentablemente abierta.
Y, muy lenta, casi
dulcemente, como sin
querer, Isabel Martínez,
que pasaba por allí aunque
no podía estar en ese lugar,
cruzó el umbral.
Tenía 85 años, Alzheimer
y, según admitió la propia
dirección de la residencia,
tendencia a escaparse.
Eran las 12.38 horas. Nadie
la vio. Nadie la echó de
menos durante al menos
dos horas –hasta las 16.00
no se avisó a la Policía
Local–. «A la hora de comer
nos avisaron», cuenta
Isabel, su hija. «Nos
dijeron: ‘No os asustéis, no
pasa nada. Sólo que no la
encontramos, pensamos
que se ha escapado’».
Isabel hija, hoy en plena
depresión, cuenta
temblorosa cómo se fue
para allá, corriendo, desde
su casa en Carabanchel:
«Ella estaba muy viejita ya.
Yo siempre había imaginado
que un día me iban a llamar
y me iban a decir que se
había muerto. Íbamos a
verla casi todos los días, o
mi hijo o mi hermano o yo,
pero aún así lo temíamos
casi cada día...».
Paralizada, ni siquiera
pudo participar en la
búsqueda. «Mi madre era
para mí como una hija. Yo
la guiaba, la cuidaba, me
preocupaba de ella cada
segundo. Mi hijo dejó de
trabajar para cuidarla. Me
bloqueé. Había salido con
una chaquetita de nada. Yo
sólo podía pensar que
estaba muerta».
Al caer la noche, la
Guardia Civil detuvo la
búsqueda: «La Policía
siguió. Algunos agentes
lloraban, nos decían que
teníamos que denunciar,
En Francia, por ejemplo, es
un 0,61. Además, el Estado
se ha desentendido del
problema: el 73% de las
plazas son privadas y los
políticos sólo quieren
beneficiar aquí a la
iniciativa privada, que el
negocio sea bueno».
Vázquez, madrileño, 67
años, es portavoz de una de
las escasas asociaciones
que existen en España de
este tipo. El envejecimiento
de la pirámide poblacional
es imparable. En España
hay ahora mismo 8.900.000
mayores de 65 años. Se
calcula que en 2040 la cifra
ascenderá a 14 millones.
«Pero todo son
estrecheces», abunda. «El
Estado tiene la obligación
de disponer, según la OMS,
un 5% de plazas para sus
mayores de 65. Tendría que
haber 450.000 plazas, pero
hay 370.000. Hay que
cuidar a los mayores como
si fueran, al final, nuestros
hijos. Ellos lo han dado
todo por nosotros».
Isabel pasó rápidamente
de anciana a «niña, porque
al final era como una niña»,
narra su hija. «De hecho,
tuvimos que incapacitarla
cuando empezó con el
Alzheimer. El juez, que no
se lo creía, nos pidió que la
lleváramos allí. En cuanto
la escuchó decir dos frases,
dijo: ‘Esta mujer está para
incapacitar, desde luego’».
Con 80 años comenzó a
perder peso, «y empezó a
ver y sentir cosas que no
sucedían. Oía un anuncio
en la tele y pensaba que era
yo, que de golpe aparecía
en su casa. Sentía como que
se abría una raja en el
techo. El Alzheimer estaba
empezando a mostrarse.
Estábamos todos muy
encima de ella, mi hermano,
mi hijo y yo, pero nos dimos
cuenta de que no podíamos
con ella. Ahí tuvimos claro
que teníamos que meterla
en una residencia. Se
negaba a bañarse, la
tomaba conmigo, porque se
enfadan con aquellos que
más quieren...».
El panorama no era
sencillo. Isabel hija, de 55
años, limpia casas por
horas. Su hermano tiene a
su suegra también con
Alzheimer. Su hijo, de 23,
está en paro. «Por suerte,
ella tenía una buena
pensión, de 1.090 euros,
pero no pudimos acceder a
una ayuda pública porque
para eso tenía que
empadronarme yo en su
casa, y era un lío hacerlo».
Tras incapacitarla, Isabel
hija encontró la residencia
Montesalud, en Las Rozas.
«Me pareció un sitio
estupendo, me gustó. La
llevamos y nos daba miedo
que no se adaptara, que se
enfadara con ellos... Pero
no, nos decían que estaba
muy tranquila, muy bien»,
recuerda, y repasa episodios
de esos 10 meses que su
madre pasó en la residencia.
«Es verdad que estaba
tranquila. Bajaba a comer,
subía, echaba el rato con
amigas. El Alzheimer iba
poco a poco avanzando. Me
decía que ella trabajaba en
un hotel, porque le gustaba
pensar que la residencia era
un hotel. Le gustaba doblar
la ropa una y otra vez... La
dejaban ir por las
habitaciones cogiendo como
collares de plástico que
tenían, y cosas así».
También hubo trances no
tan agradables. «Íbamos a
verla varios días por
semana, y a distintas horas,
para ver cómo estaba de
verdad. Yo siempre les
decía que por favor la
peinaran todos los días, que
ella era muy presumida y
ya no era capaz de hacerlo.
Una vez no le habían
puesto sujetador y les dije:
‘Oye, por favor, ponedle el
sujetador a mi madre, que
lleva los pechos por la
barriga, por favor’. Y van y
me responden: ‘Es que ella
no quiere que la vista
nadie’. Y les contesto:
‘Hombre, claro, para eso la
traigo aquí, no?’». Sigue
Isabel hija: «Siempre daba
la impresión de que
estaban justos de gente.
Otra vez llegué y mi madre
estaba en su habitación
mientras todos los demás
pintaban abajo. ‘Es que no
quiere bajar a pintar’, me
dicen. ¡Pero bueno, si la
dejan, ni pinta, ni come, ni
nada, por supuesto!».
En esos meses, varias
veces, Isabel madre le decía
a su hija «que había salido
a dar una vuelta». «Y yo le
decía: ‘Sí, anda, sí’. Y
ahora, ya muerta, el
director de la residencia ha
admitido a la Policía que
ella había salido más de
una vez». Este diario se ha
puesto en contacto con
Montesalud para conocer
su versión, sin respuesta.
La historia de Isabel
Martínez recuerda a una de
las más lamentables noticias
de los últimos meses
vinculadas a geriátricos: los
vídeos que grabó Francisco
Polonio de trabajadores de
la residencia Los Nogales,
en Hortaleza (Madrid),
maltratando a su madre, de
83 años, aparentemente por
deporte. Polonio, cuyo caso
se instruye actualmente en
un juzgado madrileño,
califica la actual situación
con rabia indisimulada: «A
los ancianos los atan, se
orinan encima, se infectan y
se mueren. Eso es lo que
encuentras en las
residencias. Les dan comida
de desecho, los aparcan y no
hacen gimnasia. Es un
negocio redondo, de los
mejores que hay. Comen
basura, y la basura no
cuesta nada. Unos meses
antes de la muerte de mi
madre, más de 100
familiares de residentes nos
quejamos a la dirección de
la suciedad y los malos
tratos. No hicieron nada».
Continúa Polonio: «El fin
de las residencias no es
cuidar a los ancianos,
porque cuatro trabajadores
no pueden cuidar a 55
ancianos. Si yo tardaba dos
horas en dar de comer a mi
madre en casa, y ellos
tardan media en dar de
comer a 55 personas, pues
ahí lo tienes: es imposible.
No quieren cuidarles, pero
aunque quisieran no
pueden, no son suficientes».
Montesalud, donde
murió Isabel, contaba el día
de los hechos con 19
trabajadores en turno de
tarde para 150 residentes.
«El sistema es completa-
mente insostenible», tercia
Jesús Cubero, secretario
general de AESTE, la
patronal de las residencias.
«Al sector público le cuesta
la plaza 80 euros si la
gestiona directamente, y
nos paga 50 euros si la
gestionamos los privados.
50 euros por cama, comida,
fisio, gimnasia. ¿Qué hostal
cobra 50 euros sólo por
dormir? No obstante,
estuvimos hace días en la
Consejería de Asuntos
Sociales y da la impresión
de que se las quieren quitar
todas de encima: son
deficitarias».
Las costuras del Estado
del Bienestar se rompen por
rendijas como esta: «Tal y
como está planteado, el
sistema de concertación de
residencias para la tercera
edad es insostenible. La
única solución es que, como
en otros países, parte del
presupuesto de Sanidad se
dedique también a las
residencias», dice Cubero.
«Realmente, la solución
es la contraria», insiste
Miguel Vázquez: «El
Estado debe tomar las
riendas de la protección de
los mayores. Se beneficia a
los operadores privados
permitiéndoles abaratar
todo y dar una prestación
lamentable, insuficiente».
Datos y porcentajes que
le importan muy poco a
Isabel hija, asistida en su
denuncia por homicidio
imprudente por el abogado
Javier de la Peña, de Lex
Abogacía, que ha pactado
55.000 euros por los
hechos. Y que comenta:
«Lo más triste es que ni
siquiera hay un baremo
para víctimas de este tipo
de situaciones. Tienes que
irte al de accidentes de
tráfico. Y, al tratarse de
alguien muy mayor, la
indemnización es baja».
Isabel siente «un vacío
horrible,
tremendo: ni
siquiera me
dieron una
explicación». No
puede dejar de
pensar en su
madre: «Sólo se
tranquilizaba
cuando me daba
la mano. Yo era
la única persona
a la que reconocía sólo con
verla. Necesitaba darme la
mano siempre». No puede
dejar de pensarlo: cuando
Isabel huyó de la residencia,
cuando se murió caída entre
las zarzas, sangrando, de
noche, «era a mí, a su hija, a
quien estaba buscando».
POR QUICO
ALSEDO MADRID
ILUSTRACIÓN:
SANTIAGO SEQUEIROS
E N P O R T A D A
que no podía quedar así.
Nos fuimos a casa, a no
dormir. No le deseo a nadie
ese infierno. No se lo deseo
a nadie».
A las 10.30 del día
siguiente, el cuerpo de
Isabel madre apareció entre
unas zarzas. A un par de
kilómetros de la residencia.
Con heridas en la cara. Y
síntomas de congelación.
«Qué horror», dice
Miguel Vázquez, portavoz
de la Plataforma por la
Dignidad de las Personas
Mayores en las Residencias
(Pladigmare), mientras
recita cifras: «El problema
es de inversión, y sobre
todo de personal, España
permite un ratio de 0,47
trabajadores por residente,
muy bajo. Y encima los
sueldos son bajísimos y la
rotación enorme: los
trabajadores no aguantan
mucho tiempo en un sitio.
AN-
CIA-
NOS
ABAN-
DONA
DOS
LO QUE EL
CASO DE
ISABEL
REVELA
SOBRE
LOS GERIÁ-
TRICOS
Sólo 19 personas
atendían a los 150
ancianos de su
residencia el día
que desapareció.
“Hay que cuidar a
los mayores como
si fueran, al final,
nuestros hijos”,
claman los grupos
que defienden
sus derechos