En sus orígenes, volar fue una pasión al alcance de unos pocos privilegiados. Nada que ver con este tiempo en el que asistimos al
trasiego de más de 260 millones de pasajeros por nuestros aeropuertos. Si los retrasos y cancelaciones pasan de largo, viajar en avión
es una de las actividades más placenteras del orbe, teniendo en cuenta las comodidades que las compañías han ido implementando:
nada de ruido, entretenimiento a bordo, sillones confortables... ¡Si lo mejor del viaje ya no es el destino, sino el instante de la
partida! Los avances no se han producido de la noche a la mañana, como es lógico, sino que han sido el fruto de décadas de esfuerzo
y compromiso. Aviaco fue, por ejemplo, la primera compañía española que operó con reactores en 1960.
Al compás de los aviones, también los aeropuertos se han remozado para ingresar en la modernidad. Uno asoma la cabeza por
Singapur, Japón o Corea del Sur y entiende que Blade runner, la obra maestra de Ridley Scott, se desarrollara en 2019. En España no
nos quedamos atrás. Los aeropuertos de Madrid-Barajas Adolfo Suárez y Barcelona-El Prat Josep Tarradellas presumen de contarse
entre los mejores de Europa. Ciertamente, hay demasiados y algunos, como sabemos, son ruinosos; pero el exceso va en nuestro
carácter. Ya en 1962, había 33 aeropuertos en servicio, cuando se avecinaba el boom turístico.
Para despedir nuestro Dossier gráfico de este mes, hemos recurrido a tres imágenes que revelan, ante todo, la fascinación del
arte fotográfico por la aviación, ya sea por el interior de las naves, ya por las ciudades que, a vista de pájaro, cobran una nueva
dimensión, ya por las terminales que amplían, como capillas anexas, estas catedrales de vértigo.
Sobre estas líneas, la cabina de pasajeros del Airbus A380. En la página opuesta, arriba, una fotografía de 2001 de Chema
Alvargonzález titulada Un sueño de ciudad (Madrid). Bajo esa imagen, Gran Terminal 7, de José Manuel Ballester (foto: colección
del artista).
EL CAMINO AL FUTURO