CRÉDITOS: BETTMANN/ GETTY IMAGES TRADUCCIÓN: ITZCÓATL YEDRA HERNÁNDEZ.
MOMENTOS
MUJE R E S :
CLAVE
Hicimos un repaso por imágenes icónicas de grandes cambios sociales, y les
pedimos a tres prominentes mujeres revolucionarias que analizaran lo lejos
que hemos llegado en el último siglo y lo mucho que nos falta por recorrer.
Fotografías de Zoey Grossman
L
os políticos frecuentemente exigen
civilidad y decoro en las protestas,
como si desafiar el statu quo fuera
un asunto de buenos modales. Ése
no es el caso. Hoy es un momento
útil para pensar en la liberación de
las mujeres, un movimiento que fue complicado,
desordenado y revoltoso, pero tal vez con demasia-
dos buenos modales. En los 60’s y 70’s, las mujeres
entraron a la fuerza laboral con números sin prece-
dentes y manteniendo la administración de sus ho-
gares. Eran restringidas por el sexismo en casi todos
los aspectos de sus vidas. Algo tenía que cambiar. Y
en la cúspide del movimiento de los derechos civiles, nació la liberación
femenil. Estas activistas pelearon por muchas de las razones que millones
de mujeres seguimos exigiendo: libertad reproductiva, igualdad de salarios,
cuidado para los niños subsidiado y fin a la misoginia. La característica
más prominente de esta nueva liberación era la idea de la hermandad. El
poder podía ser compartido. Muchas voces podían contribuir al cambio.
Y ciertas transformaciones fueron alcanzadas: en la Conferencia Nacional
de Mujeres, en 1977, miles de ellas se reunieron en Houston con el fin
de formalizar un programa para presentar la liberación de las mujeres en
la Casa Blanca y el Congreso. Al finalizar la conferencia, se había creado
un plan de acción nacional, con 26 puntos, cubriendo desde la violencia
sexual y doméstica, la discapacidad hasta la libertad reproductiva. Las mu-
jeres eran parte de la conversación nacional.
No obstante, esa conversación no creó mucho cambio estructural. La
hermandad era una buena idea, pero fue dominada por mujeres de clase
media y alta. La liberación de las mujeres en ge-
neral no buscaba reimaginar el mundo y sus fun-
damentos capitalistas. De haber sido así, la agenda
feminista se hubiera expandido y ya hubiéramos
elegido a la primera presidenta de Estados Unidos.
Cuando Donald Trump tomó la presidencia,
las mujeres se volvieron a unir, con la Marcha
de las Mujeres, en Washington, el 21 de enero
del 2017. Los organizadores formaron un equipo
líder nacional, coordinando cientos de marchas
hermanas alrededor del mundo, y desarrollaron
“los principios de unidad” para codificar qué y a
quiénes representaba el movimiento. La influen-
cia de la liberación femenina estaba aparentemente lista. Marcharon para
dejar en claro que ellas no se mantendrían en silencio. Como el movi-
miento de liberación feminista anterior, esta manifestación y muchas de
las acciones que se tomaron desde entonces -comúnmente llamados actos
de resistencia- han colocado a este género en el debate nacional.
El otro desafortunado tema de interés es que esta resistencia ha sido
muy recatada, y no hemos visto un gran cambio estructural. Mas no es-
tamos necesariamente destinadas a continuar por este camino: la historia
se repite hasta que las personas deciden no permitirlo. El cambio requiere
algo más que resistencia. Necesita más que una marcha o compromiso
o civilidad. Debemos estar dispuestas a ser incómodas y hacer que los
demás se sientan así, ya sea a través de protestas inciviles, boicots com-
prensivos o una reimaginación retadora de lo que podría ser el mundo si
nos liberáramos del patriarcado. Ya no estamos en tiempos de resistencia,
debemos causar revueltas a toda costa.