Expansión - 20.08.2019

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Opinión


Martes 20 agosto 2019Expansión 31


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L


a independencia de los bancos


centrales está otra vez en las


noticias. En Estados Unidos, el


presidente, Donald Trump, viene cri-


ticando duramente a la Reserva Fe-


deral por mantener tasas muy altas, y


se dice que exploró la posibilidad de


forzar la salida de su presidente Jero-


me Powell. En Turquía, el presidente,


Recep Tayyip Erdogan, despidió al


gobernador del banco central; su re-


emplazo adoptó una política de mar-


cada reducción de los tipos de interés.


Y no son los únicos ejemplos de go-


biernos populistas que en los últimos


meses pusieron en la mira a los ban-


cos centrales.


En teoría, la independencia de los


bancos centrales implica que las auto-


ridades monetarias tienen libertad


para tomar decisio-


nes impopulares


pero necesarias (en


particular en lo re-


ferido a combatir la


inflación y los exce-


sos financieros), ya


que no tienen que


presentarse a elec-


ciones. Enfrentados a decisiones si-


milares, los funcionarios electos


siempre tendrán incentivos para


adoptar una respuesta más blanda,


cualesquiera sean los costos a más lar-


go plazo. Para evitarlo, delegaron la


intervención directa en asuntos mo-


netarios y financieros a los bancos


centrales, que tienen amplitud para


elegir con qué medios cumplir los ob-


jetivos fijados por el establishment


político.


Este sistema aumenta la confianza


de los inversores en la estabilidad mo-


Gobernador del Banco de Reserva
de la India entre 2013 y 2016, es pro-
fesor de Finanzas en la Escuela de
Negocios Booth de la U. de Chicago.

Raghuram


G. Rajan


El populismo ha puesto a los bancos centrales


en la diana. No debería esperar que la política


monetaria corrija la economía por arte de magia.


netaria y financiera del país en cues-


tión; la recompensa por esa confianza


(recompensa que se hace extensiva al


establishment político) es que los in-


versores aceptarán tipos de interés


más bajos por la deuda. En teoría, al


país le aguarda un futuro venturoso,


con inflación baja y un sector finan-


ciero estable.


Tras mostrarse eficaz en muchos


países a partir de los ochenta, la inde-


pendencia de los bancos centrales se


convirtió en mantra de las autorida-


des en los noventa. Los banqueros


centrales pasaron a ser figuras presti-


giosas, cuyas declaraciones públicas


(muchas veces elípticas o incluso in-


comprensibles) se tomaban como pa-


labra santa. Por temor a una recaída


en la alta inflación de principios de los


ochenta, los políticos les dieron am-


plio margen y se abstuvieron en gene-


ral de comentar públicamente sus ac-


ciones.


Pero ahora parece que tres aconte-


cimientos han destruido este consen-


so en los países desa-


rrollados. El primero


fue la crisis financie-


ra global de 2008,


que hizo pensar que


los bancos centrales


se habían quedado


dormidos al volante.


Aunque después de


eso consiguieron rodearse de un aura


de poder todavía más grande organi-


zando una respuesta eficaz a la crisis,


desde entonces los políticos lamenta-


ron tener que compartir escenario


con estos salvadores elegidos por na-


die.


En segundo lugar, desde la crisis,


los bancos centrales han sido reitera-


damente incapaces de alcanzar sus


metas de inflación. Esto podría inter-


pretarse como que no han hecho lo


suficiente para estimular el creci-


miento, pero la realidad es que no tie-


nen medios que les permitan una ma-


yor flexibilización monetaria, ni si-


quiera con herramientas no conven-


cionales. Cualquier indicio de expan-


sión monetaria parece alentar más la


toma de riesgos financieros que la in-


versión real. De modo que los bancos


centrales se han vuelto rehenes del


aura que ayudaron a crearse. Cuando


el público cree que las autoridades


monetarias tienen superpoderes, los


políticos preguntan por qué no los


usan para cumplir con sus mandatos.


En tercer lugar, los últimos años


muchos bancos centrales cambiaron


su estrategia de comunicación, pa-


sando de emitir declaraciones crípti-


cas a una política de plena transpa-


rencia. Pero desde la crisis, muchos


de sus pronósticos públicos en rela-


ción con el crecimiento y la inflación


resultaron errados. Que tal vez fueran


las mejores estimaciones del momen-


to no convence a nadie: lo único que


importa es que se equivocaron.


Esto los vuelve triplemente culpa-


bles a ojos de los políticos: no previ-


nieron la crisis financiera, y eso no les


supuso coste alguno; no están cum-


pliendo con su mandato ahora; y no


parece que sepan más que cualquier


vecino sobre la marcha de la econo-


mía.


No sorprende que los líderes popu-


listas estén entre los críticos más fu-


riosos de los bancos centrales. Los po-


pulistas creen que tienen un mandato


emanado del “pueblo” para arrebatar


el control de las instituciones a las


“élites”, y no hay nada más elitista que


unos sesudos doctores en economía


que hablan en jerga y se reúnen perió-


dicamente a puertas cerradas en lu-


gares como Basilea, Suiza. Para un lí-


der populista que teme que una rece-


sión le desbarate la agenda y manche


su imagen de infalibilidad, el banco


central es el chivo expiatorio perfec-


to.


Los mercados se muestran curio-


samente tolerantes a pesar de estos


ataques. En otros tiempos hubieran


reaccionado presionando al alza so-


bre los tipos de interés. Pero al pare-


cer, los inversores concluyeron que


las consecuencias deflacionarias de la


incertidumbre creada por las accio-


nes heterodoxas e impredecibles de


los gobiernos populistas superan con


creces cualquier daño a la indepen-


dencia de los bancos centrales. Así


que prefieren que estos den a los líde-


res populistas lo que quieren, no para


sostener sus políticas “maravillosas”,


sino para contrarrestar sus conse-


cuencias adversas.


El mandato del banco central le


exige flexibilizar la política monetaria


en tiempos de crecimiento vacilante,


incluso si es causado por las propias


políticas del gobierno. Aunque sigue


siendo una entidad autónoma, en la


práctica se convierte en un seguidor


dependiente. Puede ocurrir entonces


que el gobierno se vea alentado a em-


prender políticas todavía más arries-


gadas, dando por sentado que el ban-


co central rescatará la economía si


fuera necesario. Peor aún, los líderes


populistas pueden convencerse erra-


damente de que el banco central tiene


más capacidad para remediar los


efectos económicos de sus errores


políticos que la que realmente tiene.


Esos malentendidos pueden ser muy


problemáticos para la economía.


Además, las autoridades moneta-


rias no están a salvo de la crítica públi-


ca. Saben que una imagen negativa


daña la credibilidad del banco central


y su capacidad para reunir fuerzas y


actuar en el futuro. Conscientes de


que si la economía flaquea todos les


echarán la culpa, es totalmente com-


prensible que las autoridades mone-


tarias tomen recaudos adicionales pa-


ra protegerse de esa eventualidad. En


el pasado, el coste hubiera sido más


inflación en el medio plazo; hoy el


coste más probable es más inestabili-


dad financiera en el futuro. Claro que


esta posibilidad tenderá a deprimir


más los tipos de interés del mercado


antes que elevarlos.


¿Qué pueden hacer los bancos cen-


trales? Sobre todo, tienen que expli-


car su función a la opinión pública, y


que no se trata simplemente de subir


o bajar los tipos de interés a voluntad.


Powell ha sido transparente en sus


conferencias de prensa y en sus dis-


cursos, y ha sido honesto respecto de


las incertidumbres que los bancos


centrales tienen en relación con la


economía. Disipar la mística que ro-


dea a los bancos centrales puede de-


jarlos vulnerables a ataques en lo in-


mediato, pero a la larga es lo mejor.


Cuanto antes entienda la gente que


las autoridades monetarias son per-


sonas comunes y corrientes que ha-


cen un trabajo difícil con herramien-


tas limitadas en circunstancias com-


plicadas, menos esperará que la polí-


tica monetaria corrija como por arte


de magia los errores de los funciona-


rios electos. Y en las condiciones ac-


tuales, puede que sea la mejor forma


de independencia a la que pueden as-


pirar los bancos centrales.


Los bancos centrales


se han vuelto


rehenes del aura que


ayudaron a crearse


durante la crisis


Los bancos


centrales son el


chivo expiatorio

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