Opinión
Martes 20 agosto 2019Expansión 31
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Depósito Legal M-15572-1986 ISSN 1576-3323 Edita: Unidad Editorial, Información Económica S.L.U.
L
a independencia de los bancos
centrales está otra vez en las
noticias. En Estados Unidos, el
presidente, Donald Trump, viene cri-
ticando duramente a la Reserva Fe-
deral por mantener tasas muy altas, y
se dice que exploró la posibilidad de
forzar la salida de su presidente Jero-
me Powell. En Turquía, el presidente,
Recep Tayyip Erdogan, despidió al
gobernador del banco central; su re-
emplazo adoptó una política de mar-
cada reducción de los tipos de interés.
Y no son los únicos ejemplos de go-
biernos populistas que en los últimos
meses pusieron en la mira a los ban-
cos centrales.
En teoría, la independencia de los
bancos centrales implica que las auto-
ridades monetarias tienen libertad
para tomar decisio-
nes impopulares
pero necesarias (en
particular en lo re-
ferido a combatir la
inflación y los exce-
sos financieros), ya
que no tienen que
presentarse a elec-
ciones. Enfrentados a decisiones si-
milares, los funcionarios electos
siempre tendrán incentivos para
adoptar una respuesta más blanda,
cualesquiera sean los costos a más lar-
go plazo. Para evitarlo, delegaron la
intervención directa en asuntos mo-
netarios y financieros a los bancos
centrales, que tienen amplitud para
elegir con qué medios cumplir los ob-
jetivos fijados por el establishment
político.
Este sistema aumenta la confianza
de los inversores en la estabilidad mo-
Gobernador del Banco de Reserva
de la India entre 2013 y 2016, es pro-
fesor de Finanzas en la Escuela de
Negocios Booth de la U. de Chicago.
Raghuram
G. Rajan
El populismo ha puesto a los bancos centrales
en la diana. No debería esperar que la política
monetaria corrija la economía por arte de magia.
netaria y financiera del país en cues-
tión; la recompensa por esa confianza
(recompensa que se hace extensiva al
establishment político) es que los in-
versores aceptarán tipos de interés
más bajos por la deuda. En teoría, al
país le aguarda un futuro venturoso,
con inflación baja y un sector finan-
ciero estable.
Tras mostrarse eficaz en muchos
países a partir de los ochenta, la inde-
pendencia de los bancos centrales se
convirtió en mantra de las autorida-
des en los noventa. Los banqueros
centrales pasaron a ser figuras presti-
giosas, cuyas declaraciones públicas
(muchas veces elípticas o incluso in-
comprensibles) se tomaban como pa-
labra santa. Por temor a una recaída
en la alta inflación de principios de los
ochenta, los políticos les dieron am-
plio margen y se abstuvieron en gene-
ral de comentar públicamente sus ac-
ciones.
Pero ahora parece que tres aconte-
cimientos han destruido este consen-
so en los países desa-
rrollados. El primero
fue la crisis financie-
ra global de 2008,
que hizo pensar que
los bancos centrales
se habían quedado
dormidos al volante.
Aunque después de
eso consiguieron rodearse de un aura
de poder todavía más grande organi-
zando una respuesta eficaz a la crisis,
desde entonces los políticos lamenta-
ron tener que compartir escenario
con estos salvadores elegidos por na-
die.
En segundo lugar, desde la crisis,
los bancos centrales han sido reitera-
damente incapaces de alcanzar sus
metas de inflación. Esto podría inter-
pretarse como que no han hecho lo
suficiente para estimular el creci-
miento, pero la realidad es que no tie-
nen medios que les permitan una ma-
yor flexibilización monetaria, ni si-
quiera con herramientas no conven-
cionales. Cualquier indicio de expan-
sión monetaria parece alentar más la
toma de riesgos financieros que la in-
versión real. De modo que los bancos
centrales se han vuelto rehenes del
aura que ayudaron a crearse. Cuando
el público cree que las autoridades
monetarias tienen superpoderes, los
políticos preguntan por qué no los
usan para cumplir con sus mandatos.
En tercer lugar, los últimos años
muchos bancos centrales cambiaron
su estrategia de comunicación, pa-
sando de emitir declaraciones crípti-
cas a una política de plena transpa-
rencia. Pero desde la crisis, muchos
de sus pronósticos públicos en rela-
ción con el crecimiento y la inflación
resultaron errados. Que tal vez fueran
las mejores estimaciones del momen-
to no convence a nadie: lo único que
importa es que se equivocaron.
Esto los vuelve triplemente culpa-
bles a ojos de los políticos: no previ-
nieron la crisis financiera, y eso no les
supuso coste alguno; no están cum-
pliendo con su mandato ahora; y no
parece que sepan más que cualquier
vecino sobre la marcha de la econo-
mía.
No sorprende que los líderes popu-
listas estén entre los críticos más fu-
riosos de los bancos centrales. Los po-
pulistas creen que tienen un mandato
emanado del “pueblo” para arrebatar
el control de las instituciones a las
“élites”, y no hay nada más elitista que
unos sesudos doctores en economía
que hablan en jerga y se reúnen perió-
dicamente a puertas cerradas en lu-
gares como Basilea, Suiza. Para un lí-
der populista que teme que una rece-
sión le desbarate la agenda y manche
su imagen de infalibilidad, el banco
central es el chivo expiatorio perfec-
to.
Los mercados se muestran curio-
samente tolerantes a pesar de estos
ataques. En otros tiempos hubieran
reaccionado presionando al alza so-
bre los tipos de interés. Pero al pare-
cer, los inversores concluyeron que
las consecuencias deflacionarias de la
incertidumbre creada por las accio-
nes heterodoxas e impredecibles de
los gobiernos populistas superan con
creces cualquier daño a la indepen-
dencia de los bancos centrales. Así
que prefieren que estos den a los líde-
res populistas lo que quieren, no para
sostener sus políticas “maravillosas”,
sino para contrarrestar sus conse-
cuencias adversas.
El mandato del banco central le
exige flexibilizar la política monetaria
en tiempos de crecimiento vacilante,
incluso si es causado por las propias
políticas del gobierno. Aunque sigue
siendo una entidad autónoma, en la
práctica se convierte en un seguidor
dependiente. Puede ocurrir entonces
que el gobierno se vea alentado a em-
prender políticas todavía más arries-
gadas, dando por sentado que el ban-
co central rescatará la economía si
fuera necesario. Peor aún, los líderes
populistas pueden convencerse erra-
damente de que el banco central tiene
más capacidad para remediar los
efectos económicos de sus errores
políticos que la que realmente tiene.
Esos malentendidos pueden ser muy
problemáticos para la economía.
Además, las autoridades moneta-
rias no están a salvo de la crítica públi-
ca. Saben que una imagen negativa
daña la credibilidad del banco central
y su capacidad para reunir fuerzas y
actuar en el futuro. Conscientes de
que si la economía flaquea todos les
echarán la culpa, es totalmente com-
prensible que las autoridades mone-
tarias tomen recaudos adicionales pa-
ra protegerse de esa eventualidad. En
el pasado, el coste hubiera sido más
inflación en el medio plazo; hoy el
coste más probable es más inestabili-
dad financiera en el futuro. Claro que
esta posibilidad tenderá a deprimir
más los tipos de interés del mercado
antes que elevarlos.
¿Qué pueden hacer los bancos cen-
trales? Sobre todo, tienen que expli-
car su función a la opinión pública, y
que no se trata simplemente de subir
o bajar los tipos de interés a voluntad.
Powell ha sido transparente en sus
conferencias de prensa y en sus dis-
cursos, y ha sido honesto respecto de
las incertidumbres que los bancos
centrales tienen en relación con la
economía. Disipar la mística que ro-
dea a los bancos centrales puede de-
jarlos vulnerables a ataques en lo in-
mediato, pero a la larga es lo mejor.
Cuanto antes entienda la gente que
las autoridades monetarias son per-
sonas comunes y corrientes que ha-
cen un trabajo difícil con herramien-
tas limitadas en circunstancias com-
plicadas, menos esperará que la polí-
tica monetaria corrija como por arte
de magia los errores de los funciona-
rios electos. Y en las condiciones ac-
tuales, puede que sea la mejor forma
de independencia a la que pueden as-
pirar los bancos centrales.
Los bancos centrales
se han vuelto
rehenes del aura que
ayudaron a crearse
durante la crisis
Los bancos
centrales son el
chivo expiatorio