RECUERDOS DE MI INFANCIA
Hace ya muchos años, en 1932, llegué a Papantla. Y me siento tan
papanteca como cualquier persona que haya nacido aquí, por eso le digo a
Papantla “mi tierra, mi madre adoptiva”, y seguramente la de muchos. Es
tan tierna y amorosa que me recibió abrazándome con todo su amor. Nací
en Gutiérrez Zamora y llegué siendo un bebé, aquí pasé mi infancia, mi
adolescencia y mi juventud.
Mis recuerdos vienen desde que Papantla era pequeña: no tenía sufi ciente
luz eléctrica, pues la planta de luz del Sr. Ramón Castañeda era chica y
no tenía la potencia para proporcionar luz a todos, de esta manera sólo
había luz en las “casas grandes”, como así se les decía a las casas ricas de
las familias acomodadas y conocidas de aquel tiempo, a quienes conocí
en persona, como la casa de la familia Garmilla, la casa Trueba, la casa
Tremari, la de los Gutiérrez Marié, la familia Téllez, la familia Cueto, la
familia de Don Gustavo Guerrero, la familia del Dr. José Luis Belenguer,
la del Sr. Humberto Chena, entre otras que escapan a mi memoria.
Nosotros no teníamos acceso a la luz eléctrica, apenas si nos alumbrábamos
con quinqués, que eran de vidrio, se les echaba petróleo con una mecha,
se les ponía una bombilla que con el uso se iba ensuciando de hollín y
que todos los días se limpiaba con un trapo limpio para dejarlo reluciente.
También teníamos candiles de lata y de igual manera se les echaba petróleo
y se le ponía una mecha, éstos se usaban al aire libre.
En ese tiempo todo era tranquilo, no se escuchaban ruidos de nada, ni
siquiera había radios, sólo se escuchaban los cantos de los pájaros. En las
noches se sentaba una en el patio a la luz de la luna a contar cuentos y si
alguien tocaba la guitarra era grato escuchar y cantar alguna canción de
moda en aquellos lejanos tiempos. Y, a más tardar, se acostaba una a las
nueve o nueve y media y ya era tarde.
Las calles más amplias y céntricas estaban empedradas; las demás, eran de
tierra, cuando llovía se hacían lodazales tremendos, los caballos se hundían
casi hasta la rodilla o más. Había muchas veredas para acortar el camino
a donde una fuera. No había carretera, el pueblo era quieto y muy de vez