En un rincón de su casa de madera, detrás de la cocina a leña,
una frazada de lana completamente bordada se posa sobre la
espalda del flojero, asiento típico de las cocinas patagonas. Esta
gran pieza textil fue compañera de viaje de Malla, quien la fue
bordando de a poco entre Curicó –las tierras de su abuela mater-
na– y su campo en el valle Colonia.
Azul, violeta, rosado, tonalidades de verde, rojo, fucsia, blanco,
naranjo, beige, mostaza, y sandía, son los colores elegidos para
componer este jardín bordado en lana de diferentes grosores,
con punto gusano y festón. Su paleta de colores proviene de la
naturaleza que la ha rodeado toda la vida, y de la cual ella ha
aprendido mucho de lo que sabe. “Del natural pue’, de los colo-
res del campo, del jardín, de las rosas, porque las rosas nunca
son de toditos colores”, detalla.
A través de puntadas decididas, dotadas de una expresividad
que caracteriza su trabajo creativo, Malla construye un escenario
natural, donde las flores de diferentes tamaños parecieran levitar
unas al lado de otras.
Este tesoro textil, que ilumina en silencio su hogar, acompaña el
cotidiano de una mujer de risa fácil, de memoria ejemplar y
extremada dulzura en la mirada. Pensamientos, clavelines y
cartuchos traducen y representan graciosamente la manera en
que Malla observa lo que la rodea, en este caso, las tan amadas
flores de su jardín.
Sublime bordado