sus hijas y nietas. Generación tras generación, para que la historia de
las mujeres Montecino quede grabada con hilo y aguja, con lana y
telar. ¿Cómo habrá aprendido su madre, doña Luisa? ¿Dónde habrá
comenzado el linaje de estos talentos textiles? Los recuerdos se
vuelven frágiles en la familia y las historias de sus antepasadas
quedan en la memoria del tiempo.
Eloísa nunca fue a la escuela; aprendió a leer y a escribir sola. El
ingenio siempre estuvo de su lado y fue constante en todo lo que se
proponía. “La eme con la a, ‘ma’, así iba escribiendo y sacando pala-
bras”, cuenta. El dibujo también siguió esos caminos solitarios. “Yo
agarro un lápiz y dibujo”, lo que venga a su imaginación. Recuerda
que cuando era pequeña, “emparejaba la tierrita y con un palito
dibujaba flores”. Ramos inspirados en su jardín, con lápiz bic y pinta-
dos con plumones, son sus principales creaciones. Su mamá tam-
bién admiraba eso en ella, “me decía que le marque florcitas (en sus
telas) y ahí le hacía los ramos”, cuenta Eloísa, sobre esta práctica que
ha replicado con sus hijas: dibujarles para que luego ellas prosigan
con el bordado.