Su rincón creativo de la casa es su mesa, donde la
ventana deja entrar con fuerza la luz del sol y la
vista colorida de su jardín. Ahí se sienta a dibujar y
a bordar, entre plumones, hilos y lanas que va
posando sobre el floreado mantel de hule. “Así no
más, a pura cabeza”, va creando. Sin moldes, sin
bastidor. A mano alzada, sus diseños son sobre
todo una oda a la naturaleza que rodea su espacio
doméstico. Si de combinaciones de colores se
trata, cuenta que aprendió “así solita no más” y
que sus preferidos son “el rosado y el morado”. A
la hora de bordar, no hay orden que mantenga:
“Por todos lados picoteo. Las dejo a medio hacer
(las flores) y voy por ahí y de ahí vuelvo y las sigo
otro poco”, no se complica. Tampoco cuando se
trata del reverso del bordado: “¡Que quede como
quiera!, que hay un nudo, no importa”, excepto si
las piezas son pañuelos, en estos se preocupa de
que el bordado quede bien tanto por el frente
como por el revés.
Puede que su vista ya no sea la misma de antes,
pero pareciera que la memoria artística dejó graba-
das las puntadas y los trazos en sus manos. Tan
arrugadas como rítmicas, mantienen su don para el
bordado. Todos los días, después de su sagrada
siesta, suele regalarse un momento de pausa, de
creatividad y relajo, en medio del silencio, que
solo se interrumpe con el crujir de la casa o de la
leña ardiendo en la cocina.