como claveles, flores imaginadas y pajaritos, inspira-
dos en el jardín de su mamá, pero con combinaciones
de colores propias. Para Yessica, el contraste entre los
tonos es más importante que retratar fielmente la
realidad, por esto los pajaritos están bordados en
tonalidades azules, rojas, fucsias y damascos, que
destacan sobre el fondo blanco de la tela. “No era el
color del pájaro. Pero a mí me gustan los colores
vivos, así que yo los cambié. Era como plomito con el
pechito blanco”. Así, realidad e imaginación quedan
volcadas en esta creación de niña.
Aprendió a bordar a escondidas a los 5 años. Su mamá
aún no la dejaba por el peligro que podían representar
las agujas para una niña tan pequeña. Además, esca-
seaban y sobre estas existía más de una superstición.
“Se decía que uno no le podía regalar una aguja a otra
persona porque era de mala suerte, tenía que pagarla,
como los cuchillos y clavos... En ese tiempo, también
las usaban contra las brujas. Compraban agujas
nuevas y las ponían como en cruz a la entrada de la
puerta. Decían que así el brujo no entraba”, relata Yes-
sica.
Su primer bordado fue sencillo y realizado en un solo
punto: cadeneta, su preferido hasta hoy. “Marqué las
orillas solamente, eso fue lo primero y se lo regalé a mi
abuela, era como una servilleta, pero chiquitita”.
Puntadas en el lago
Chacabuco