También le enseñó a coser a máquina: “Hay que
saber enhebrar, si pones el dedo allí, te puede cos-
turar el dedo”; y para estirar la tela se usaba plan-
cha de fierro, calentada sobre la estufa a leña.
Para su mamá, esta herencia textil estaba asociada
con la posibilidad de que sus hijas, en el futuro,
pudieran emprender y sostenerse económicamente.
“Nos decía: ‘por qué no aprenden a tejer, se hacen
un par de medias y si no les gustan después las
venden, es plata para ustedes, cuando tengan su
propia familia les va a servir’”.
Textiles con ingenio
En esos tiempos, afortunadamente, todo se recicla-
ba. Se utilizaba la creatividad para convertir restos en
artefactos funcionales para la casa y la familia.
“Aprendí a rellenar colchones de lana, que mi mamá
hacía en la máquina de coser. También a lavar cueros
de cordero. Antes no se botaban como ahora, se
lavaban, se sobaban con sal y toda la cosa, ella los
costuraba y se hacían quillangos que le dicen”.
La reutilización era clave para conseguir materiales
de bordado. Yessica cuenta que fue una vecina, la
señora Lelya de la Cruz, quien le regaló la primera
‘lanita’, de esas finitas que se usaban en las máqui-
nas de tejido para hacer medias. “Todos los restitos
de hilo que le quedaban, me los daba a mí. ‘Ahí
tiene para que se entretenga’, me decía”. De esta
manera, Yessica podía ampliar su abanico de colores
para bordar y obtener su propio hilo, sin depender
de sus papás.