El tipo de tabaquera que Erminda quiso hacer es de las más
complejas, porque el reverso del bordado queda expuesto al
abrir sus dos lenguas, las cuales se encuentran unidas en la
parte baja, la más gruesa. No es un detalle menor, ya que
obliga a la bordadora a trabajar cada puntada de manera muy
prolija, pues cualquier error en el retiro de la pieza queda en
evidencia de manera irremediable.
Los colores los elige antes de comenzar a bordar. Su mamá fue
quien le enseñó a contrastarlos: “Ese color tienen que ponerle,
y ese otro, para que les vaya quedando bonito”. Ella y sus her-
manas le obedecían al pie de la letra. “Colorao”, verde, lila,
rosado y una cinta azul, que hoy se ve de un azul grisáceo por
el paso del tiempo. Su función es la de enmarcar y cerrar el
contorno de la tabaquera, y contribuir, además, a la unión de
ambas lenguas bordadas. Un rosetón tricolor a cada lado refle-
ja el cariño por su país. “Lo hice yo, como la bandera”.
Al ver esta tabaquera por primera vez se puede creer que
Erminda utilizó diferentes puntos de bordado en su ejecución.
Sin embargo, luego de observar con atención se advierte que
es solo un punto el encargado de rellenar los motivos. Ella le
llama “relleno” sin mucha convicción y luego agrega: “Un
punto que se hace seguido no más”. Nombrar el punto que se
ha utilizado toda una vida de manera orgánica es difícil. Las
palabras a veces sobran o faltan cuando queremos describir
nuestro quehacer privado, y los bordados para Erminda pare-
ciese que estuvieran bien guardados en ese territorio.
Una de las variaciones intuitivas del punto sería el conocido
como “largo-corto”, el cual otorga textura y permite abarcar
zonas más grandes sin que los hilos se suelten. Borda “del
centro y se va agrandando” hacia afuera, concéntricamente.
“Un punto que
se hace seguido”