Guiada por la naturaleza
Una de las dificultades de bordar en la Patagonia es encontrar
los hilos adecuados. “El más escaso es el rojo y ese es el que
más anda”. Su amor por las flores la anima a observar su jardín
con esmero, aprendiendo sobre las combinaciones naturales
para luego transportarlas a la tela. “El bordado tiene que
combinar. Porque uno ve las plantas. Yo tengo un jardín a la
entrada de mi puerta. Tengo unos claveles rosados y la parte
para arriba de la hoja es verde claro”. Pero la decisión de la
paleta de colores que utilizará es algo que va intuyendo y
eligiendo paso a paso, sin prisa. “Tengo que elegir los colores
que convengan. Porque hay personas que bordan no más.
Hay que buscar el motivo, hay que buscar el color”. Esta habi-
lidad cromática la ha desarrollado ella misma, observando
detenidamente la naturaleza y su propio proceso textil. “Uno
practica. El mismo trabajo a uno le va enseñando” si se está
consciente y compenetrada con lo que se está haciendo.
A espera de una
ocasión especial
El regalo de cumpleaños que le dio a su marido aún no ha sido
estrenado en sociedad. Ernestina cuenta que la ocasión apro-
piada todavía no llega. “No la va a usar en el campo porque la
va a echar a perder. Más bien la va a tener como recuerdo
colgada al lado de la radio, como hasta ahora” dice, valoran-
do y cuidando su trabajo. Podría ser usada para una ocasión
especial “como una presentación criolla”, por ejemplo, pero
habrá que esperar el momento adecuado.
Un nuevo proyecto se asoma, otra tabaquera, eso sí, un poco
más simple que la de su marido. “Me da miedo hacer otra,
pero la voy a hacer. Se la quiero hacer a mi hijo”, afirma mien-
tras recuerda cómo “sufren los dedos” traspasando con punta-
da e hilo la dureza del cuero de choike. De palabra veloz y
entonación alegre, Ernestina continuará destinando a este
quehacer sus horas de tranquilidad en El Maitén, depositando
sus conocimientos y experiencia en textiles firmados con aguja.