en la puerta de la casa, en una pequeña silla amarilla, ideal
para su estatura. En silencio. Con algo de viento, con algo de
sol y con vista a sus árboles frutales. Aquí, en este rincón,
recuerda que bordó su “panero”, como ella le llama. “Este
vendría siendo de mis bordados más queridos”, relata con su
voz fuerte y dulce a la vez. Sobre la mesa principal, en medio
de las decenas de objetos que componen el diario vivir, una
sencilla panera de madera se esconde bajo un delicado y colo-
rido paño bordado. Llama la atención este objeto entre todos
los calendarios de almacenes, teteras, tachos antiguos, posters
de caballos, fuentes enlozadas y recuerdos de su vida de solte-
ra, de casada y, ahora, de viuda.