Una soga colgaba del techo formando un círculo perfecto. El nudo
había sido meticulosamente hecho por el agresor, que al mismo tiempo sería
la victima de su potencial crimen. El sujeto vivía en un modesto
departamento, en el piso veintitrés de un edificio de treinta plantas ubicado
en la isla Paronia. El lugar difería de los otros pisos, porque este tenía una
sola habitación, un pequeño baño, y una cocina igualmente pequeña.
Aunque, a pesar de su sencillez, el apartamento no tenía nada que
envidiarles a los otros sitios, pues contaba con una preciosa vista a esa
altura.
Desde allí se podía observar la hermosa ciudad, y la majestuosidad
del mar más allá en el horizonte. Ese paisaje podría cautivar a las más
desdichadas de las almas, pero nada de eso funcionaba con aquel sujeto. El
hombre era alto y robusto; de 182 centímetros. Este tenía grandes ojeras que
denotaban cansancio y desgano por la vida. En su cabello negro se podían
apreciar indicios de pequeñas canas, y su barba en forma de candado tenía
un aspecto muy desprolijo, ya que sus treinta y tres años empezaban a
pasarle factura.