—¡Pero jefe! ¿¡Qué me está diciendo!? ¿¡Ustedes prefirieron callar
para conservar su estatus y abandonaron a una joven indefensa!?
—Así es, muchacho. A veces es mejor que solo una persona sea
deshonrada, a que toda la comunidad termine manchada.
—¡Eso es asqueroso! ¡Es estúpido!... ¡Es...! ¡Es la excusa más
absurda que he escuchado!
—Todo sea... por el bien del orden y la paz —expresó su jefe con
tristeza
—Todos son unos malditos hipócritas —dijo el joven.
—Muchacho. ¿Por qué te indignó tanto ver el intento de robo de esa
mujer?
—P-Porque estaba... ¡Porque robar está mal! —El empleado se
notaba inseguro—. ¡En los libros mencionan que no se debe robar!
—No —dijo el dueño de manera tajante. Luego, dando un trago a su
cerveza, añadió—: Te indignó porque nadie más lo hace.
››Te molestó porque tienes una alta sensibilidad y sentido de
justicia, pero si vivieras en las regiones del noroeste, un robo como ese no
te sorprendería en nada, incluso te daría igual. Muchacho, este es el precio
que debe pagar nuestra sociedad “perfecta”.
—Ese es un precio... demasiado grande —dijo finalmente el joven.
Acto seguido, el frustrado empleado se dispuso a tomar la botella de
cerveza y a beber unos cuantos tragos para aliviar su conciencia.
ISNTITUTO DE PROTECCIÓN INFANTIL
[UN AÑO DESPUES - 502 d. del p.R.]
—Señor Caluti. Nos complace gratamente que alguien tan
prestigioso como usted quisiera adoptar a uno de nuestros desdichados
niños.
La directora del instituto estaba sentada en su despacho frente al
magnate. Esta le relató la situación de Návila, de ocho años de edad.
Después de escuchar su historia, el hombre inmediatamente la llevó a su
casa y la crio desde muy pequeña.