Sanguis celatur, Roma frangitur,
Caesar regnat, fata cadunt.
Olea spirant, ego taceo().
()La sangre se oculta, Roma se quiebra, César reina, el destino cae.
Las aceitunas respiran, yo callo.
En la villa de Lucius, el banquete escondía tormentas. Bandejas de cerdo asado con garum,
ostras, y mulsum llenaban las mesas, y Lucius le hizo servir más vino a un esclavo nubio.
Ajustando su toga, me ordenó: “Titus, intercepta un mensaje del culto”. Sus ojos evitaban
los míos, cargados del secreto del santuario. Cassia, pálida, me susurró al oído: “Soñé un
lobo devorando a Roma bajo un cielo negro”. No dije nada.
Lucius pronunció estas palabras abstraído: “César es cada día más popular y poderoso. Los
romanos aman sus victorias. No tengo poder para hacerle cambiar de parecer. En poco
tiempo, Júpiter, será Dios único en Roma y en todo el mundo conocido...”
Recuerdo que refugiándome bajo los olivos, escribí, con las rosas como testigos:
Lupus devorat, Roma cadit,
Fata in umbris, corda vincuntur.
Rosae spirant, ego taceo().
()El lobo devora, Roma cae,
El destino en sombras, los corazones se atan.
Las rosas respiran, yo callo.
El amor de Safira, el silencio de Lucius, el lobo de Cassia: todo parecía indicar que Roma
iba a morir. Mi alma, marcada por Corinto, se debatía entre el juramento y el jazmín.
jud rampoeng
(Jud Rampoeng)
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