el orden y la calma subsisten,
malgrado la trepidación del
mundo mecanicista, en las
esferas más altas del espíritu.
Todo eso y mucho más brota
del manantial inagotable de la
música, de su fuerza inspiradora.
El niño sabe de tal misterio
mucho mejor que el adulto, aún
cuando no lo consiga explicar, y
éste, en la mayoría de los casos,
olvida que “supo” instintivamente
en su infancia, pero se ha
hecho un poco extraño a aquel
idioma y llega a desconocerlo
cuando la educación oportuna
y bien dirigida no logra fijar
los elementos–clave, de la
sensibilidad musical. Bien
sabido es que el niño recibe
al nacer, la herencia física
ancestral, con el determinismo
consiguiente: características
somáticas y temperamentales
que se traducen por tendencias.