LIBRO DE LA SALUD CARDIOVASCULAR
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Es justo y gratificante saber que, en el contexto
europeo, la prensa española que trata sobre informaciones
de salud goza de una excelente reputación. Así se ha reco-
nocido en diferentes foros internacionales, que además
señalan la existencia de un amplio colectivo (tal vez supe-
rior al de otros países de nuestro entorno, según las fuentes
extranjeras) de profesionales especializados. Sin embargo,
existe un punto negro en lo que respecta a la calidad y la
credibilidad, tanto de la información como de las fuen-
tes que la generan, pues un 24,1% de las informaciones
no cita ninguna entidad (ya sea nacional o internacional)
como fuente. Algunas de estas informaciones, las menos,
son columnas o secciones escritas por médicos en diferen-
tes medios de comunicación. Pero, ¿y el resto? La mayoría
son artículos construidos a partir de fondos documenta-
les y muchos de ellos proceden de Internet, una fuente de
información que ya ha alcanzado su hegemonía y que no
discrimina lo fiable de lo que no lo es, y en la que, junto con
alguna que otra perla, abunda la basura informativa.
Internet como factor de riesgo informativo
Internet es, actualmente, el primer sitio al que un paciente
diagnosticado de una enfermedad acude para buscar
información. Se bucea entre cientos de páginas que,
en ocasiones, difieren sustancialmente en la informa-
ción ofrecida, ya sea sobre su evolución y tratamiento o,
incluso, en la descripción de las causas y los síntomas, lo
que crea un grado significativo de inseguridad y angustia
en el paciente. Se mezcla todo de forma absolutamente
indiscriminada: medicinas alternativas, medicina conven-
cional, investigación clínica, foros de pacientes que ponen
en tela de juicio a un médico o un hospital... Todo vale en
Internet y esto supone un grave problema, tanto para el
paciente como para el médico que lo está tratando. A la
postre, el que busca la información en Internet, sin una
capacidad básica de selección y discriminación, lo único
que consigue es desorientarse y aumentar su angustia
personal, lo que puede repercutir negativamente en la
evolución de la enfermedad y en el cumplimiento del
tratamiento.
Nuevamente, la comunicación médico-paciente
cobra una importancia sustancial. Del mismo modo que
ante una intervención quirúrgica, por mínima que ésta
sea, se le explica al enfermo todo el proceso antes de rea-
lizarla, el médico debe tomarse el tiempo necesario para
dar a conocer los pormenores de la enfermedad y las razo-
nes de elegir el tratamiento. Ésta será, sin duda, la base
de la confianza del paciente con respecto a su médico.
Es lamentable que esta labor de educación sanitaria, tan
relevante y trascendental, no se practique lo necesario,
especialmente en el ámbito de la atención primaria, por la
gran presión asistencial. Sería bueno incluso disponer de
materiales educativos para proporcionar a los pacientes,
y que éstos, a partir de dichos materiales, cuestionen sus
dudas y, ¿por qué no?, sus miedos y angustias. También,
si son usuarios habituales de Internet, convendría ofre-
cerles las direcciones de páginas solventes y fiables en las
que puedan encontrar informaciones inteligibles que los
ayuden a asumir la condición de enfermos y, como con-
secuencia, la necesidad de cumplir con el tratamiento
y, como sucede en las enfermedades cardiovasculares,
modificar sus hábitos de vida.
Criterios informativos
El problema planteado por las fuentes disponibles en
Internet afecta también a los propios periodistas y reabre
nuevamente el debate ético sobre los principios deontoló-
gicos de la información sobre salud. Partiendo del hecho
de que, como decía el pensador catalán Jaume Balmes
(Vich, 1810-1848), «divulgar no es vulgarizar», los tres crite-
rios fundamentales de cualquier información sobre salud
deben ser: veracidad, objetividad y rigor.
Hay que tener en cuenta que, sea o no la finalidad
de los medios de comunicación, éstos realizan también una
labor de educación sanitaria. Por ello, a la hora de redactar
sus informaciones sobre patologías concretas, los periodis-
tas deben considerar que entre sus lectores seguramente
haya personas que padezcan la enfermedad que abordan y
que, por tanto, deben evitar determinados aspectos, como
crear falsas expectativas, generar alarmismo o caer en la
tentación del sensacionalismo. Asimismo, la heterogenei-
dad del público al que se dirige la información, en lo que
a su formación cultural se refiere, obliga a la utilización de
un lenguaje sencillo, divulgativo y, si es posible, didáctico,
sin olvidar nunca el rigor. Éstas son cuestiones básicas que
no siempre se cumplen.
Es de gran importancia tener muy presente que
la tentación del sensacionalismo siempre acecha. Desa-
fortunadamente, el sensacionalismo vende, atrae y causa
expectación, a pesar de que rompa con los principios
deontológicos de veracidad, objetividad y rigor. Y, además,
para el profesional es mucho más fácil elaborar la infor-
mación, puesto que no requiere contraste ni el concurso
de todas las partes implicadas en la noticia. Es triste tener