sición de los empleados del templo para su usufructo, que no
era hereditario y que no podía transferirse; esto es, se les asig
naban para su propia manutención. El resto de los terrenos del
templo se arrendaban y como precio del arrendamiento se
exigía la octava o la séptima parte de los beneficios obtenidos
con las cosechas, hasta la época de la III dinastía de Ur, y a par
tir de entonces una tercera parte.
Para poder administrar estos terrenos era necesario todo un
complicado aparato administrativo, en el que puede distin
guirse una serie de categorías de dignatarios (véase cap. XI) y
de empleados que se preocupaban de los trabajos agrícolas. A
la cabeza de estos últimos se encontraba el intendente general
(nubanda o a veces también agrig), que se ocupaba de las cons
trucciones, especialmente de las instalaciones hidráulicas y de
la administración de los bienes. Bajo él se hallaban los capata
ces y los órganos ejecutivos, que tenían a su cargo los trabajos
de construcción y la recogida de impuestos (los llamados mash-
kim y ugula). Como capataz para los trabajos agrícolas se
nombraba al uku. u sh, que se elegía entre los militares de ba
jo rango. La actividad burocrática usual corría a cargo de los
escribas (dubsar), entre los cuales pueden distinguirse también
distintas categorías.
Finalmente, había un número de empleados asalariados que
realizaban los trabajos agrícolas, la pesca y se ocupaban de los
graneros. El templo empleaba a un gran número de artesanos:
arquitectos, picapedreros, carpinteros, orfebres, curtidores, pa
naderos, carniceros, cerveceros, etc. A las mujeres se Ies con
fiaba en general la molienda del grano, o bien trabajaban co
mo hilanderas o tejedoras. En el curso del tiempo, la creciente
economía del templo condujo a una oposición de clases cada
vez mayor en la sociedad sumeria. Los empleados del templo,
llamados guru sh, que en un principio eran libres, pasaron a
formar parte de la clase de los esclavos, destino que afectó tam
bién a otra categoría de servidores del templo, los igi — nu —
dug. Existían también los llamados sbublugal, que eran muy
numerosos. En las épocas de paz, el soberano les entregaba
terrenos para su explotación y durante la guerra estaban obliga
dos a tomar parte en las campañas del rey. El personal del
templo nó poseía autonomía. Sus miembros dependían de la
administración del templo. Sólo en los comienzos del período
presargónico, durante el que los terrenos del templo pertene
cían todavía a la comunidad rural y eran explotados por los
miembros de ésta, la autonomía de la comunidad alcanzaba
por supuesto también a estas personas.
Los latifundios que poseían los templos sumerios propor
cionaron a éstos un gran poder político y económico. Los bene
ficios obtenidos con los productos agrícolas y artesanales y con
las empresas comerciales fluían a las arcas del templo. Por otro
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