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(rjguadog) #1
»En cualquier caso —dijo el Dr. Doctor, pareciendo reparar en algo—, será
mejor vigilar a esos niños.

Los Robotijos X87 y Z4 recibieron la orden de retransmitir en directo las
imágenes y el sonido que tomaba la unidad X55, situada convenientemente en el
campo de Eustrobio y Márgara Esprún. Z4 proyectó el vídeo sobre una pared
blanca, desde su pitorro, y X87 realizó la función de altavoz.
Blanco y negro. Quince hercios. Es lo que ocurre cuando confías las tecnologías
audiovisuales a un recipiente hecho de filosilicatos. Pero era suficiente, ¿no? Era
suficiente para que Franchís se aterrara. Era suficiente para ver que aquel niño que
procedía del mundo exterior tenía aproximadamente nueve años. Era suficiente para
ver que los cabellos de la niña que estaba junto a él eran rubios.
—¡Cálmate, Franchís! Esa condenada tabla no se está cumpliendo del todo.
¡Mira!: los niños se están despidiendo, la joven se queda.
Fueron testigos de cómo Melibia abrazaba intensamente a su pequeña amiga. En
el año 177 después de Joule, la telefonía móvil apenas se había extendido por el
mundo del interior de la tostadora, así que confiaron en la suerte para volver a entrar
en contacto. Los niños dieron la espalda a sus huéspedes y se dispusieron a partir...
cuando fueron súbitamente interrumpidos por Márgara.
—¡Esperad! ¡Llevaos a mi hija con vosotros! ¡Ayudadla a cumplir su sueño!
—¿De qué hablas, mamá? —inquirió Melibia, igual de sorprendida que el Dr.
Doctor.
—¡La profecía predijo esto! —exclamó Franchís, alterado—. ¡Que la hija de los
botijocultores viajaría con los niños!
Doctor sujetó a su colaborador, intentando reprimir sus convulsiones. Para
colmo de males, el sistema de sonido, representado por el Robotijo Z4, empezó a
fallar. El dominio de las nuevas tecnologías de Franchís, traducido en una serie
de golpes al botijo, no sirvió.

Vieron a aquella joven leyendo una lámina de papel y Doctor ordenó a la unidad
X87 que enfocara la cara, difícilmente distinguible^9. El sistema operativo se

(^)
(^9) De aquí es donde el lector puede extraer la lección más valiosa de este capítulo: «Nunca le pidas a
un botijo que te haga zoom in».

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