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(rjguadog) #1

hija que ya estaban intentando conseguir otra.


¡Ah, sus pobres progenitores!
—Yo también os echaré de menos —susurró quedamente Melibia, no
permitiéndose mirar atrás.
Roberto y Ana sí se volvieron. De esa forma pudieron apreciar que el paisaje
abarcaba mucho más que la finca de Eustrobio y Márgara. Tras ella, un observador
podía dar cuenta de la ciudad de Marshfield en todo su esplendor. ¡No había dos
construcciones iguales! Un festín de colores estimulaba los sentidos de los viajeros;
especialmente aquel día, ya que se había incendiado la principal fábrica de
pigmentos. ¡Un buen presagio!


Cuando retomaron el camino, descubrieron que la visión de la ribera no tenía
mucho que envidiar a la de Marshfield. El río fluía de un color rojo anaranjado,
abarcando al menos cuatrocientos metros de una margen a la otra. No parecía
albergar forma alguna de vida, pero Melibia aseguró a sus jóvenes acompañantes
que el cuñado de la prima del amigo de un tío suyo había oído los gruñidos de un
monstruo muy grande y feo. Y que, sin ningún género de dudas, esos gruñidos
procedían del fondo del río.
—Si solamente lo oyó, ¿cómo supo que era grande y feo? —Roberto inquirió,
con la inocencia propia de un niño de su edad—. Y, siendo tan grande, ¿no era un
resalto hidráulico en el flujo de agua? Es hidrodinámica de primero de...
—Calla, niño tonto. —Ana lo detuvo con dulzura.
—Yo también hacía ese tipo de preguntas cuando tenía nueve años —rio
Melibia—. Ya se le pasará.
No era un río caudaloso, a pesar de su anchura. El agua fluía lentamente, lo cual
contribuía a su navegabilidad. De hecho, un pequeño negocio en la orilla se
dedicaba al alquiler de barcas. Pero Melibia no quería pagar para navegar, Ana no
quería pagar y Roberto no quería navegar. Resolvieron dar un pequeño rodeo y
cruzar un puente.
Se trataba de un puente ancho, una construcción sólida. Databa de una época
anterior a la invención de la tostadora, por lo que estaba hecho de granito y no de
plastilina, que era lo que más se llevaba en las proximidades de Marshfield. «Parece
que no, pero de piedra aguantaban más las cosas», solía decir la gente de los pueblos
cercanos, siempre tan supersticiosa.

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