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(rjguadog) #1

no donar el aparato electrónico que llevaba—. ¿Es realmente imprescindible para
el tren?
Sobre la carretilla ligera había una especie de caja electrónica, con un par de
rueditas, unos botoncitos y un indicador digital con números rojos y bien visibles.
Tan enganchado estaba el anciano que había conectado ese sistema, por medio de
un tubo de plástico, a sus vías respiratorias. Era un circuito de ida y vuelta, por lo
que había un total de dos tubos.
—¡Vaya con el viejo! —se quejaba con razón un pasajero que sí había hecho
el encomiable esfuerzo de donar su reloj digital sumergible—. Con el potencial que
tiene que tener la batería de esa cosa, veinte voltios por lo menos, ¡y no quiere
deshacerse de él! Estos ancianos de hoy...
—Pero no... no puedo respirar bien yo solo...
—Déjese de excusas patéticas —dijo una viajera que había donado la batería
de su móvil—. Mi padre debe de tener la misma edad que usted y no necesita ese
chisme para respirar.
—Tengo... la hoja firmada por el médico.
El señor mostró a los presentes una lámina de papel donde se prescribía el uso
de un ventilador médico para un paciente llamado Martín Rudepsis. Los demás
pasajeros coligieron, pues, que lo que llevaba en la carretilla era dicho ventilador,
y comenzaron a albergar dudas sobre si quitárselo o no. Tal vez, lo mejor era no
obligarlo a asfixiarse: hay que ser cariñoso con las personas mayores.
Y lo mejor habría sido que Martín Rudepsis hubiese habitado otro vagón.
Cualquier otro vagón, realmente. Habría bastado que le hubiese tocado un coche
sin... el detective durmiente.


Roberto no aguantó más tiempo contemplando la indecisión de los adultos.
Miró a Harlon: seguía dormido, roncando esporádicamente, en una posición
bastante incómoda.
Mientras los viajeros se hallaban enfrascados en la discusión, el encantador
infante se encaramó al cajón para el equipaje de mano, justo sobre el asiento de
Harlon. El detective no llevaba maleta, así que el niño pudo hacerse un hueco para

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