Los españoles se apuntaron otro triunfo en el valle del
Culebrinas, cuando Diego de Salazar trabó combate con Mabadomoca,
en sus propias tierras.
IV. Tercera Batalla del Yagüeca (Mayagüez – Añasco)
Luego de varias batallas por toda la isla, los indios se
concentraron en la provincia de Yagüeca (Mayagüez – Añasco) en el
mes de febrero de 1511. Don Juan Ponce de León, quien se encontraba
en el Coayuco, fue avisado de esta concentración y que los indios
estaban bajo el mando de Agüeybaná, además de que estos indios
estaban dispuestos a morir todos o de acabar con los cristianos. Con
poco más de 80 españoles, fue Juan Ponce de León al encuentro de los
indios, que pasaban de once mil en números.
Como el ejército de Ponce de León era muy reducido para
sostener una lucha a campo raso contra el ejército indígena, el diestro
capitán se apresuró a situar su tropa junto a un repecho, que hizo
resguardar con un parapeto de troncos y faginas, acomodando teas de
esa débil cerca, todo su tren de batir, reduciendo a un arcabús y tres
ballestas. Allí aguardó la llegada de los indios, que al observar las
disposiciones adoptadas para recibirlos, contuvieron un tanto su
embestida.
Los disparos del arcabús imponían miedo a los borinqueños y
para precaverse de sus efectos, se mantenían alejados del parapeto, los
españoles provocaban a los indios con rápidas salidas de sus trincheras
y batiéndose en retirada, atraían a los indios, lo más cerca posible a los
parapetos, secundando entonces el arcabús y las ballestas, la obra de los
espadas y las picas, que sembraban el suelo de cadáveres. Repitiendo
esos movimientos, hubo de mantenerse por largo tiempo el ataque,
mostrándose cada vez más agresivos los situadores. Los compañeros de
Ponce de León le instaban a efectuar un combate decisivo, prefiriendo
la muerte, antes que prolongar aquella situación. Pero el capitán Ponce
de León se negó a tal imprudencia y continuó teniendo a raya a los
isleños con el arcabús y las ballestas, que hacían blanco fácilmente en
cuanto aquellos indios se aproximaban a las trincheras.
Manejaba el arcabús, Juan de León y observando a un indio
que tenía un guanín (distintivo de un cacique), y por sus gestos
imperativos parecía jefe importante, se propuso el arcabucero a no
perderlo de vista, con ganas de rematarlo.
Era aquel jefe el propio Agüeybaná, que enardeciendo a su
gente, iba de un lado a otro, excitándola con fieros gritos a concluir, en
un asalto general, con el puñado de españoles. En una de estas idas y
venidas, se colocó el cacique inadvertidamente al alcance de las
trincheras, y el arcabucero le aplicó un pelotazo certero, que lo dejó