National Geographic Spain - 11.2019

(Steven Felgate) #1
SEXISMO EN LA CIENCIA 71

En todos los campos científicos ha sido habitual que los hombres se

arrogasen el mérito de investigaciones llevadas a cabo por las mujeres que


trabajaban codo a codo con ellos, no solo colegas, sino también esposas y


hermanas. Esto explica que todavía en 1974 la astrofísica Jocelyn Bell Bur­


nell, pionera en su campo, se quedara sin el Nobel por su labor en el descu­


brimiento de los púlsares al haberse llevado el galardón su director de tesis,


Anthony Hewish. En un gesto de extraordinaria generosidad, al recibir el


año pasado el Premio Especial Breakthrough en Física Fundamental, Bell


Burnell donó los tres millones de dólares del galardón a becas de estudios


destinadas a mujeres y otros colectivos infrarrepresentados en la física.


Incluso allí donde las mujeres han forzado las puertas del mundo cien­

tífico, una vez traspasadas suelen encontrarse con dificultades. El sexismo


y la misoginia siguen presentes, tanto a plena luz del día como en versio­


nes más sutiles. Por ejemplo, un reciente análisis de la autoría de casi


7.000 artículos de revistas científicas revisadas por pares ha hallado que,


cuando el investigador principal es mujer, la media de coautoras ronda


el 63 %, mientras que cuando el investigador principal es hombre, el por­


centaje de coautoras desciende al 18 % aproximadamente.


Como es natural, las mujeres están hartas de esta situación y están tra­

tando de cambiarla. El año pasado las investigadoras Jess Wade y Claire


Murray encabezaron una campaña de mecenazgo ciudadano para que todos


los centros públicos de enseñanza del Reino Unido tuviesen en su biblio­


teca un ejemplar de Inferior. Recaudaron el objetivo en 15 días. En Nueva


York, Canadá y Australia se han lanzado campañas parecidas. Al igual que


Bell Burnell, las mujeres están poniendo dinero de su bolsillo para cambiar


un sistema que no parece muy dispuesto a evolucionar por sí mismo. ¿Por


qué recae sobre los hombros de las científicas la inmensa carga de mejo­


rar el lamentable historial de la ciencia en lo que se refiere a la mujer?


Tal y como demuestran las historias que me han hecho llegar ellas mis­

mas, el problema estriba –al menos en parte– en ciertos hombres y las


instituciones que posibilitan el sexismo. Es bien sabido que cada vez hay


más niñas y jóvenes que optan por estudios científicos y tecnológicos,


pero la cifra cae en picado conforme ascendemos a niveles educativos


superiores. El embarazo y la crianza son un factor explicativo, pero no el


único. Este mismo año, un estudio de la Universidad de Cardiff ha revelado


que, aun teniendo en cuenta las responsabilidades familiares, los hombres


del ámbito académico británico seguían alcanzando los puestos más altos


en porcentajes más elevados que las mujeres.


Conozco a un físico, vehemente defensor de los derechos de la mujer,

que hace poco encontró en el buzón de su trabajo una nota manuscrita.


En ella se le acusaba de ser un iluso por creer que las mujeres tienen la


misma «equipación mental» que los hombres, y proclamaba que «las mu ­


jeres no piensan en abstracto como los hombres». Este tipo de afirmacio­


nes espurias hacen que las mujeres se sientan de más en el ámbito científico.


Sin embargo, cada vez que las mujeres –y las minorías– se alejan de esos


espacios, nos limitamos a describir lo ocurrido con una frase mecánica:


es el fenómeno conocido como «leaky pipeline», o fugas en la tubería, que


hace alusión al progresivo abandono de las mujeres de la carrera científica.


EMMA
CHAPMAN
FÍSICA,
IMPERIAL
COLLEGE DE
LONDRES

Nos pasamos
la vida
hablando de
políticas de
conciliación
familiar,
pero luego
miramos
hacia otro
lado para no
reconocer
que existe
una cultura
de hostilidad
rampante.
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