12 NATIONAL GEOGRAPHIC
JOYCE BANDA
EXPRESIDENTA
DE MALAWI
El feminismo
occidental aquí
no sirve [...].
En África las
mujeres ya
habían estado
al mando, y
no a fuerza de
intimidar a los
hombres, sino
implicándolos y
convenciéndolos
[...]. Tenemos
que fijarnos en
nuestras propias
tradiciones y
hacer las cosas a
nuestra manera.
En Malawi y otros países africanos sin mecanismos legislativos para contribuir
al avance de las mujeres, el cambio se fomenta desde abajo, y son las jefas
quienes empoderan a mujeres y niñas.
Pero todo cambio es complicado. El statu quo patriarcal está profunda
mente arraigado, sobre todo en los Estados autoritarios en los que cuestionar
el sistema, seas hombre o mujer, sale muy caro. Hasta la fecha no hay un
solo país en el mundo que haya alcanzado la paridad de género. Los nórdicos,
como Islandia y Noruega, son la punta de lanza y copan las mejores puntua
ciones del Índice Global de Brecha de Género que cada año divulga el Foro
Económico Mundial. Este índice ponderado demográficamente mide las
disparidades de género en cuatro ámbitos básicos: sanidad, educación, eco
nomía y política. En la mitad peor puntuada de la lista figuran Malawi y la
mayoría de los demás países del África subsahariana. Pero dentro de cada
región existen variaciones significativas, y dos naciones subsaharianas se
han ganado un lugar en los primeros 10 puestos del índice: Ruanda (en sexta
posición) y Namibia (en décima). La alta calificación de Ruanda se debe en
gran parte a la hornada de leyes en pro de la mujer que siguieron al devas
tador genocidio de 1994 (véase el artículo «Reconstruir Ruanda», página 46).
La desigualdad de género no obedece ni se restringe a regiones, razas o
religiones concretas. Canadá, por ejemplo, ocupa el puesto 16 en el índice
mundial, mientras que Estados Unidos no aparece hasta el 51. España se
sitúa en el puesto 29.
Los rankings aportan textura a nuestra comprensión de la influencia que
ejercen –y los retos a los que se enfrentan– las mujeres en todo el mundo,
particularmente en Oriente Próximo y África, dos vastas regiones geográfi
cas que suelen verse simplificadas de una forma monolítica y homogénea,
sin los matices que hacen de cada país un caso único.
«En Oriente Próximo no existe un solo tipo de mujer», afirma la actriz y
directora libanesa Nadine Labaki, quien el año pasado se convirtió en la
primera cineasta árabe nominada a un Óscar por su filme Cafarnaúm, un
drama desgarrador en lengua árabe sobre los niños de la calle.
«Hay muchas mujeres diferentes, pero la mayoría de ellas, hasta en las
circunstancias más difíciles, son fuertes –afirma–. Sacan fuerzas para luchar
cada una a su manera, ya sea en su propia familia o a mayor escala, en su
trabajo. Tienen un gran poder. Cuando imagino a una mujer de esta región,
no me la imagino sumisa y débil. Nunca».
Bochra Belhaj Hamida, diputada del Parlamento de Túnez, abogada espe
cializada en derechos humanos y una de las fundadoras y exdirectivas de la
Asociación Tunecina de Mujeres Demócratas, tacha de «colonialista» la idea
de que una mujer árabe, por ejemplo, se conformará con menos derechos
que una occidental. No es así, solo que quizá seguirá un camino diferente
para alcanzar esos derechos.
Las activistas iraníes perseveran en su denodada lucha por el cambio con
actos individuales de protesta en las redes sociales y en sus hogares, como
negarse a obedecer a la dirigencia de la República Islámica cuando les exige
que se cubran con el hiyab. En los últimos años, decenas de mujeres –a
menudo vestidas de blanco– se han despojado del pañuelo en vídeos virali
zados con el hashtag #whitewednesdays. Nasrin Sotoudeh, la abogada experta
en derechos humanos que representó a muchas de las que fueron detenidas,
fue condenada en marzo de 2019 a 38 años y medio de cárcel y 148 latigazos.
En octubre de 2019, sin embargo, tras asistir durante años a la campaña
de aquellas activistas, las mismas autoridades religiosas que castigaban a
las mujeres por descubrirse la cabeza decidieron permitir que las iraníes