MODELAR EL FUTURO 19
que también pertenece al mundo árabe y cuya población es de 11,5 millones
de habitantes, las mujeres han desempeñado un papel importante en la
política y la sociedad civil desde los tiempos del presidente Habib Bourguiba,
en los años cincuenta. Pero no todas. En 1981 Bourguiba, acérrimo defensor
del laicismo, prohibió que las mujeres y las niñas llevasen el hiyab en las
instituciones públicas, vedando así el acceso de las mujeres veladas a las
escuelas públicas, puestos de funcionariado y otros espacios públicos.
La revolución tunecina de 2011, el primer levantamiento de la Primavera
Árabe, derrocó al dictador Zine elAbidine Ben Ali y abrió el escenario polí
tico a nuevos actores, entre ellos mujeres con velo. Las calles de la capital,
Túnez, experimentaron una transformación evidente tras el derrocamiento:
se veían más mujeres cubiertas con el pañuelo, quizá tanto a modo de desa
fío como de devoción religiosa. Cuando informé sobre la revolución tunecina,
me impactó aquel cambio tan repentino. Me trajo a la mente un antiguo
proverbio árabe que dice: «Lo prohibido es deseado».
El Código de Estatuto Personal de Túnez, aprobado en 1956, se contaba
entre los más progresistas de la región: prohibía la poligamia, garantizaba
igualdad en caso de divorcio y exigía una edad mínima y consentimiento
recíproco para contraer matrimonio. En 1965 se legalizó el aborto para las
madres de cinco o más hijos que contasen con la autorización del marido;
en 1973 la legalización se hizo extensiva a todas las mujeres. En décadas
posteriores, las tunecinas se han aferrado a esas prerrogativas, en gran
medida porque su país se ha librado de las guerras estaticidas, sanciones y
violencias que han arrasado Iraq y otros países.
Bochra Belhaj Hamida, la parlamentaria y abogada de derechos humanos,
albergó ciertos temores iniciales. «Las activistas temíamos que la revolución
supusiese un retroceso para la mujer, pero ocurrió justo lo contrario». Si se
preocupaba fue en parte porque el primer Gobierno posrevolucionario de
Túnez estaba liderado por el Partido Ennahdha, de corte islamista.
«De no haber sido por la revolución, las reformas se habrían producido
igual, pero mucho más lentamente –asegura–. Fueron catalizadas por la
revolución y el temor de las mujeres a perder su posición y sus derechos».
La transformación fue rauda y exhaustiva. La nueva Constitución de 2014
salvaguardó los derechos detallados en el Código de Estatuto Personal y
decretó la igualdad de hombres y mujeres. En 2017, pese a una gran oposición,
las tunecinas obtuvieron el derecho a contraer matrimonio fuera de la fe
musulmana, derribando así un tabú imperante en toda la región. Previamente
se había aprobado una ley de violencia doméstica, además de otra que per
mitía a las madres salir solas al extranjero con sus hijos sin necesidad de la
autorización del padre. Una ley de «paridad de género horizontal y vertical»
impuso la obligación de que todos los partidos políticos presentasen idéntico
número de hombres y mujeres en las candidaturas electorales municipales.
En los 15 años que lleva como jefa ha anulado 2.060 matrimonios infantiles,
pero insiste en que la práctica continúa pese a la legislación del Estado y las
ordenanzas de su propio pueblo. Cuando le pregunto cuándo fue la última
vez que salvó a una niña de un matrimonio prematuro, me responde: «Ayer.
Y anteayer hubo otro problema con un matrimonio infantil. Esto persiste».
En Túnez, un país
norteafricano