M I J A I L G O R B A C H O V «Lo que nosotros ni nuestros socios esperába-
mos es que la historia acelerara su paso de una manera tan increíble».
A N G E L A M E R K E L «Vi a la gente dirigirse hacia el ‘checkpoint’.
Seguí a la multitud y de repente nos encontramos en el oeste de Berlín»
En los 28 años de su existencia,
unas 100.000 personas intentaron
saltar o cruzar el Muro de Berlín,
más de 5.000 lo lograron y 327
murieron en el intento.
Con su demolición, «cambió
por completo el paradigma de la
Guerra Fría», dice a Afp Elisa-
beth Vallet, de la Universidad de
Quebec, una de las principales
expertas en muros. «Los 40.000
kilómetros de los 71 muros exis-
tentes hoy equivalen a la circun-
ferencia terrestre y ningún conti-
nente se libra». Entre las causas,
subraya los efectos de la globali-
zación.
Para Joachim Gauck, uno de los
pastores alemanes al frente de las
manifestaciones del 89 en la RDA
antes de convertirse en jefe de
Estado de la Alemania unida, «un
mundo sin fronteras es un mun-
do bárbaro y estamos asistiendo
a una reacción virulenta apoyada
en el populismo».
¿Qué se hizo mal? Tras elogiar la
prudencia de George Bush padre
y de James Baker en todo el pro-
ceso, la trágica debilidad de Mijail
Gorbachov para frenarlo y la re-
sistencia de Mitterrand, Thatcher,
Andreotti y Lubbers, que vieron la
caída del Muro como «un caballo
desbocado que no conducía na-
die», González critica la apuesta
de George Bush hijo tras el 11-S
por «un unilateralismo imposible
de aplicar en un mundo nuevo,
con China ya en ascenso impara-
ble, y su apuesta por la guerra
permanente, que todavía estamos
pagando».
Alemania, para calmar los recelos
de sus aliados europeos y de la
nueva Rusia, aceptó en Maas-
tricht (febrero de 1992) unos fon-
dos de cohesión y estructurales, y
un proyecto de unión monetaria
que, supuestamente, harían reali-
dad la frase de Thomas Mann:
«Queremos una Alemania euro-
pea, no una Europa alemana».
«La unificación significaba», es-
cribía Fernández Ordóñez, «liqui-
dar la guerra mundial con los
vencedores, tranquilizar a los ve-
cinos, ensanchar la Comunidad
Europea, articular la Alemania
unificada en la OTAN e impulsar
la unidad europea, más necesaria
que nunca».
Tras numerosos altibajos y toda
clase de vicisitudes, los resulta-
dos dentro y fuera de Alemania,
30 años después de la caída del
Muro, son peores de lo que sus
autores dicen y mejores de lo que
sus críticos, empezando por Hel-
mut Schmidt y Günter Grass, de-
nunciaron como «una
unificación precipitada
e insensata».
Exteriores Francisco Fernández
Ordóñez en el prólogo de la bio-
grafía de Werner Masser sobre el
canciller alemán), tiene muy cla-
ro que «el muro no se cayó, lo de-
rribaron», pero, como metáfora
de tantos sueños rotos desde en-
tonces, recuerda que «en 1945 ha-
bía en el mundo siete muros; en
1989, 14 y hoy, más de 70».
Si el Muro de Berlín se levantó para
frenar la fuga de los alemanes
orientales –entre 1949 y 1961 ha-
bían escapado a la RFA más de tres
millones, el 20% de su población– la
mayor parte de los nuevos muros se
levantan para impedir la entrada de
los que huyen de guerras, precarie-
dad, crisis y catástrofes o, simple-
mente, en busca de un futuro mejor.
EL MUNDO. VIERNES
8 DE NOVIEMBRE
DE 2019 M U R O D E B E R L Í N
P A P E L P Á G I N A 5