El Mundo - 14.10.2019

(Grace) #1
EL MUNDO.

HOJA Nº (^28) P A P E L LUNES 14 DE OCTUBRE DE 2019
C U L T U R A
Andrei Kurkov cuenta un
chiste: «Llegan al infierno
Reagan, Mitterrand y
Putin. Les están
enseñando las oficinas y
ven un teléfono en una
mesa. Reagan pregunta:
‘¿Puedo llamar a casa?’. Y
le contestan: ‘Claro. Pero
la tarifa es cara: 1.000
dólares el minuto’. Y
después va Mitterrand:
‘¿Y yo, puedo llamar a
casa?’. ‘Sí. 1.000 dólares
el minuto’. Y luego Putin,
lo mismo. Y le dice el
demonio: ‘Sí. Pero su
tarifa es un céntimo por
minuto. Lo suyo es una
llamada local».
Kurkov, novelista
ucraniano, tiene una larga
historia con los chistes.
«Llegué a tener 3.000
anotados. Ni sabía cuáles
había inventado yo y
cuáles no. Me aficioné a
los chistes por mi
hermano que era un
disidente, un rebelde. Yo
lo acompañanba en las
reuniones con sus amigos
y los veía contar chistes.
Su manera de ir contra la
dictadura era el humor».
El humor es un asunto
en las novelas de Andrei
Kurkov. Lo era en Muerte
con pingüino, el libro con
el que muchos lectores
españoles descubrieron a
Kurkov, y lo es El jardinero
de Ochákov, la novela que
ahora rescata Blackie
Books. Sin embargo, ese
humor no está basado en
los chistes sino en una
perplejidad tierna y dulce
y un poco absurda. Nada
tiene mucho sentido pero
los personajes se apañan
con lo que les viene y
tratan de ser felices.
Un poco de
información: en El
jardinero de Ochákov
tenemos a un chico que no
es tan chico (ha cumplido
30) pero aún vive con su
madre en un suburbio de
Kiev. La madre contrata a
un jardinero para que le
arregle el patio y se hace
amigo suyo. Le pregunta
al jardinero por un tatuaje
medio desdibujado que
tiene y le dice que nunca
ha sabido quién se lo hizo
ni qué significa. Se ponen
en la pista y viajan a un
pueblo en el Mar Negro.
Van a una fiesta, se
disfraza de militar
soviético y resulta que el
disfraz es mágico y que lo
lleva hasta 1956. Aparece
la mafia, alguien se
enamora de alguien... Ese
tipo de cosas.
«1956 fue el mejor año
de la historia de la URSS.
Empezó la
desestalinización de
Jrushchov, pusimos el
Sputnik en órbita... Había
un clima de optimismo
que sólo duró un rato,
hasta que empezó la
Primavera de Praga»,
explica Kurkov.
«El viaje en el tiempo lo
empleo para los lectores
jóvenes. Mire, yo este libro
lo escribí cuando descubrí
que la política educativa
en Ucrania consitía en
contar que la Unión
Soviética fue algo ajeno
que fue impuesto a los
ucranianos, que nosotros
no tuvimos nada que ver.
Hubo páginas muy
oscuras en la historia
soviética de Ucrania: las
hambrunas, las
deportaciones, la
represión a los poetas en
lengua ucraniana... Eso la
gente lo sabe. Lo que no
sabe es el papel de los
comunistas ucranianos en
ese drama. Tres
secretarios del PCUS eran
ucranianos y hubo
millones de comunistas
ucranianos fieles».
Y continúa: «Para los
lectores jóvenes, es una
novela de aventuras. Para
los viejos, es un relato
evocador.
Madrid, 1975. Es
inminente la muerte
de Franco. Una
mujer acude al
despacho de un detective privado.
Dice ser la amante de un
conocido sastre que ha aparecido
muerto. La policía ha cerrado el
caso: suicidio. Ella cree que fue
asesinado. La trama que sigue
está muy bien armada.
Resucitando al expolicía Germán
Areta, José Luis Garci ha hecho
su película más libre y más
radical, lo cual no es decir poco.
No me gustaron ni El crack 1
(1981) ni El crack 2 (1983). No
comparto, por tanto, la mitomanía
creada en torno a esas dos
películas interpretadas por
Alfredo Landa. Me ha gustado
mucho (con reparos) El crack
cero, magníficamente
interpretada con los ojos por
Carlos Santos, al frente de un
gran reparto meticulosamente
dirigido. Porque es preciso dirigir
con detalle para obtener un tono
tan compacto, tan coherente con
el gris velado de la fotografía, con
la puntuación musical de un piano
herido, con el dolor de una noche
interior y exterior, con la cadencia
de una película conversada,
susurrada, tan austera como su
puesta en escena a base de planos
fijos, plano/contraplano y leves
movimientos de cámara.
Pero los diálogos, en
gran parte, no son
austeros, aunque lo
simulen. Garci tiene
una inclinación natural a elaborar
con las palabras un artificio lírico,
a sobrecargar con emocionalidad
verbal los sentimientos que sus
personajes ya expresan con sus
actos y sus gestos, a redondear
hasta la floritura. Por analogía,
podríamos decir que el corte es
bueno, pero la confección es
excesiva. El crack cero es una
película prácticamente de
interiores –incluso del interior de
sus personajes–, pero están muy
bien traídos unos antiguos
fragmentos documentales de la
calle, que, con lo demás, acaban
conformando un mapa –bares,
hoteles, casas, despachos, timbas,
burdeles– y un retrato del ánimo y
del alma de Madrid, una ciudad
ensombrecida por la
incertidumbre y por la luz oscura
del mal y el delito. Como tantas
veces en Garci, hay en El crack
cero una tristeza invasiva, aunque
también una dureza tajante y
golpeadora que llega con el
crimen, la pérdida y la venganza.
Garci ha reconocido que ha hecho
una película «a la antigua». Yo no
diría eso. Buscando a Howard
Hawks, Garci ha hecho una
película rabiosamente moderna.
En Cannes podría pasar, con su
gramática visual, por una
depurada muestra de cine de
autor a la última. Asiático, si
hiciera falta.
Esos puntos de
encuentro entre el
clasicismo y la
modernidad se
advierten en una película muy
distinta, Lo que arde, de Oliver
Laxe, cuya rotunda
contemporaneidad se fundamenta
en una concordancia con la
mirada de los cineastas casi
pioneros del cine mudo. Como ya
sucediera en Mimosas (2016),
Laxe tiene un modo de organizar
la mirada sobre el hombre y la
tierra, sobre la supervivencia
frente a la hostilidad de los
elementos del lugar, que, entre la
ficción y el documental, nos puede
hacer pensar en un Robert
Flaherty, por ejemplo.
La historia de
Amador, el
pirómano que sale
de la cárcel y
regresa a su casa en el monte
gallego, está contada casi sin
palabras, con silencios, miradas y
gestos que señalan, en la
cotidianidad de las faenas y los
rituales, la relación entre un
hombre solitario, marcado y
aislado, su tierra y su madre. Su
madre anciana, que también es
tierra, toma de tierra, y casa,
amor incondicional. Es digno de
verse cómo Amador Arias y
Benedicta Sánchez interpretan a
estos personajes. El inicio, con
los eucaliptos cayendo
tronchados por las palas de los
bulldozers –mientras suena
Vivaldi–, y el final, con el
devorador incendio que arrasa
las montañas, son de una belleza
descomunal, subyugante y única.
Pero no es menor la emoción
genuina que se desprende de ver
a la madre y al hijo compartir la
comida o el cuidado de las vacas.
Es vida. Lo que arde muestra la
vida en un lugar que se vacía y se
destruye. Su vulnerabilidad, sin
embargo, esconde la fuerza épica
del arraigo, del amor y de la
resistencia. Lo que arde, tan
pequeña, es una muy grande y
hermosa película.
No tenía que haber
ido a ver La fuerza
del cariño en el
Infanta Isabel. No
es para mí. Sí lo es para su
público –femenino y veterano–
que acude a reír y llorar con
Lolita Flores, tan resolutiva, y
a aplaudir después hasta
romperse las manos. Lo de
enseñar el renoir
–que viene a ser el chichi– no lo
mejoraría ni Lina Morgan. Con
las incrustaciones de Magüi
Mira, la cosa va de mujeres
fuertes y maravillosas, madre e
hija, que se pelean, se aman y
también resisten ante la
adversidad. Y ante hombres
ausentes, idiotas, inmaduros,
cobardes y tramposos. Lo que
hay. Mira impone un ritmo
enloquecido al torbellino
vodevilesco y telefónico –antes
de las lágrimas–, y el
espectáculo me descubrió a
una actriz superdotada para la
comedia, Marta Guerras.
Buscaba algún rastro de la
novela de Larry McMurtry –
luego película de James L.
Brooks–, pero no encontré su
huella ni en el programa de
mano. Parece mentira que lo
que vemos en el Infanta Isabel,
muñido por Dan Gordon,
pueda tener algo que ver con
quien escribió la novela que dio
lugar a The last picture show
(1971), la película de Peter
Bogdanovich, que, por cierto,
ofrecía tres conmovedores
retratos de mujeres. En otra
onda, la verdad.
ROPA TENDIDA
LO CLÁSICO,
LO MODERNO,
J. LUIS GARCI
Y OLIVER LAXE


POR MANUEL


HIDALGO


‘EL


CRACK


CERO’


UN MAPA


DE LA


CIUDAD


ANTE


‘LO QUE


ARDE’


‘LA FUERZA


DEL


CARIÑO’


El detective Arteta. Carlos Santos es uno
de los fuertes de ‘El crack cero’.

Novela. ‘El jardinero
de Ochákov’, de
Andrei Kurkov,
plantea un viaje en el
tiempo a la Ucrania de
1956, el año en el que
el camino a la libertad
fue posible

VIAJE AL


AÑO EN


EL QUE LA


URSS PUDO


ESTAR


CASI BIEN


POR LUIS
ALEMANY MADRID

LA TIERRA


Y LA


MADRE

Free download pdf