El Mundo - 02.08.2019

(Jacob Rumans) #1

D E V E R A N O


EL MUNDO. VIERNES 2

HOJA Nº (^20) AGOSTO DE 2019 E N P O R TA DA
bombillas desteñidas y
rodeada de atracciones de
feria. Nada que ver con los
cuatro trailers de
megaorquestas como la
Panorama, que apenas
cabrían en esta plaza.
Paco maneja al volante; el
Tebi de antes viene a su vera
con puntualidad británica.
«Somos casi como un
matrimonio: discutimos
todo el día», bromean los
dos integrantes de
Revelación.
No ha pasado ni media
hora y ya han empezado a
mover cables y puntales por
aquí, a pegar cintas y algún
grito por allá. Todo ante la
atenta mirada de los jefes de
obra, más conocidos como
los vecinos del pueblo. «Eso
está un poco torcido», se
oye decir al grupo de
señores que ocupa uno de
los bancos de la plaza.
Durante casi tres horas,
esas cuatro manos –y los
comentarios de los
ingenieros improvisados–
han convertido la caja del
camión de la orquesta en un
escenario. «Parece que esto
viene montado de casa
cuando está ahí abajo,
¿eh?», dice Paco, orgulloso.
Pero no, no viene monta-
do. Y al tiempo invertido en
el montaje hay que sumarle
las casi siete horas de viaje
que llevan a sus espaldas
desde el concierto de la
Lo vas a negar, estés donde
estés, en el sofá de casa o
en la máquina de café con
tus compañeros de trabajo,
pero te sabes de principio a
fin Clavado en un bar de
Maná. Volverás a decir que
no pero has intentado ligar
de forma lamentable –y,
obviamente, sin éxito– con
el cantante o la cantante de
la orquesta que tocó en tu
pueblo. Incluso negarás,
por tercera vez, que te has
abrazado al primer
desconocido que ha pasado
a tu lado para cantar o,
mejor dicho, berrear, El rey
como si hubieses nacido en
el mismo Jalisco... mientras
riegas con el cubata a
modo de aspersor a todo el
que estuviera a 10 metros a
la redonda.
Son las tres negaciones
de San Pedro en versión
verbena. Porque sí, a ti, que
tomas gintónics en copa de
balón y vas de afterwork los
jueves, también te gustan
las orquestas. Eso, o no
sabes disfrutar de la vida.
Digamos que hoy es
sábado y que el reloj marca
las 4.30 de la mañana.
Digamos que estás en
Arriondas (Asturias) y que
sobre un escenario
iluminado con una mezcla
intermitente de focos
verdes, rojos y azules están
los nueve integrantes de la
Orquesta Revelación; en la
parte de abajo estás tú
rodeado de otros
descamisados y con tres
chorretones en la camiseta.
Cambia el lugar y el
nombre de la orquesta si así
lo prefieres, pero ahí estás.
Ahora gira las manecillas
del reloj 10 horas hacia
atrás: ahí es donde empieza
esta historia.
«Nosotros probamos
sonido a las nueve, los
montadores llegarán a las
seis», nos dicen antes de
que la maquinaria se ponga
en marcha. «Preguntad por
Tebi, que es el montador».
Por la esquina asoma la
cabeza de un tráiler
plateado con la bandera de
Asturias en una de las
puertas. Llega escoltado por
la Policía Municipal, como si
fuera la comitiva real, pero
bajo la iluminación de unas
noche anterior en
Pontevedra y los cuatro días
seguidos con actuaciones
entre Asturias y Galicia.
La temporada alta dura
de mayo a septiembre, con
semanas de hasta cinco
jornadas fuera de casa:
Galicia, Asturias, Cantabria
o País Vasco. «Yo llevo desde
los 16 años en esto. Sólo
paré para hacer la mili»,
confiesa Paco. «La gente se
piensa que los de las
orquestas estamos todo el
día de cachondeo y
follando... Ojalá».
Aquí viene la gran
pregunta: ¿a qué precio?
«Pues depende del día de la
semana, del mes, del sitio...
Pero ricos no nos vamos a
hacer. Nadie te va a decir
cuanto gana una orquesta
porque las comisiones de
las fiestas negocian unas
cosas y las orquestas luego
ganan otras. Aquí cada uno
usa su negocio y si puede
ganar lo que sea de más lo
va a hacer».
Sin cortapisas, la
opacidad de la financiación
verbenera.
Cuando todo está ya listo
y el telón negro bajado, se
escuchan los primeros
pasos por la escalerilla de
metal que une ese escenario
con la calle. «Aquí están ya
los Rolling», se oye decir. En
menos de un minuto, los
nueve músicos están dentro
del cubículo para probar
que todo funcione.
Es el momento de la
prueba de sonido y la
elección del repertorio.
Ahí la voz cantante, nunca
mejor dicho, la lleva Josemi.
Primero toca negociar con
el presidente de
la comisión cuál
de las dos
orquestas
arranca la
verbena.
--Venga,
chavales, que
empezamos
nosotros a las
12–, anuncian y
la alegría se
desborda.
--Joder, esto a las cinco lo
tenemos acabado.
Les quedan por delante
ocho horas nocturnas de
puro subidón. «Probamos
rápido y nos da tiempo a
tomar algo y cenar». Josemi
coge el micro junto a Carla y
Ari para probar voces; Bea y
Vane ensayan su parte de
coreografía, Adolfo se pelea
con su guitarras; Fonso y
Miguel se suben a sus
templetes con el teclado y la
batería; Álex se pide su
esquina para el bajo; y Tebi
y David controlan luces y
sonido desde el centro de la
plaza debajo de un toldo.
Esto es la Orquesta
Revelación, uno de los
combos que recorren
España de fiesta en fiesta
(sólo en Galicia hay cerca
de 300). Pero antes de tocar
un acorde es hora de cenar.
Cuatro cambios de mesa
después se ponen a ello:
pizzas, nuggets de pollo,
hamburguesas... la cena de
las estrellas. «Mejor que el
bocadillo de pollo revenido
de ayer, sin duda», compara
Vane. Unos tercios de
cerveza, un par de coca-
colas y algún café riegan el
menú. «Hay que despertar,
que todavía estamos de
ayer», se sacuden el sopor.
Hasta que alguien abre la
veda: «A mí me traes un ron
con cola». Tres cubatas más
llegan a la mesa. «Hay que
animarse un poco, que si no
no hay quien cante». Y a
falta de un cuarto de hora
para la medianoche, vuelta
al escenario con parada
previa con el agente de
seguridad de la fiesta.
«Coño, otra vez vosotros,
llevamos toda la semana
juntos. Ya me sé hasta el
repertorio», bromea. Es su
tercera actuación juntos.
Todo son carreras por el
escenario cuando apenas
faltan unos minutos para
que se levante el telón. Hay
cremalleras de maillots a
medio subir, chaquetas
plateadas desperdigadas y
un bajista en busca de unos
imperdibles para arreglar
una camiseta que tiene
difícil solución. Pero cuando
suenan las primeras notas
de la primera canción cada
uno está en su puesto y el
público, expectante.
Edad media: la de un
grupo de turistas en marzo
en Benidorm.
Ganas de bailar: entre
cero y ninguna.
Volumen de los aplausos:
los mismos que en una misa
de 9.
Cuando suena el segundo
tema, El anillo, de Jennifer
López, las caras son de
drama. Ni siquiera con
pasodobles, merengues o
rancheras... consiguen
espabilar al respetable.
Apenas algún tímido
agarrao se deja ver por el
fondo, muy lejos del agujero
negro de la primera fila. «Es
complicado cuando te toca
un público así, frío, que no
quiere bailar», cuenta
Josemi mientras se embute
a toda prisa en una
chaqueta roja brillante. Y
otra vez para fuera. «Venga,
que si aquí no se baila, no
cobramos. Agarraos a quien
tengáis al lado un poco».
Ya se ha sobrepasado la
hora y media de actuación y
el ambiente no invita a ser
optimista. Es momento para
un remix de Los Chichos
(Mami, Quiero ser libre y Ni
más ni menos)... ¡y se obra
el milagro! El grupo de
treintañeros borrachos
ocupa la primera fila y se
viene arriba como si fuera la
Feria de Abril. «Olé, esa
bailariana guapa», grita uno
al que ya no le queda un
POR PABLO R.
ROCES ARRIONDAS
FOTOGRAFÍA:
CARLOS GARCÍA POZO
DE JUERGA
CON LA
‘ORQUESTA
REVELACIÓN’


GLA-


MOUR


DE


PUEBLO


Los reyes del verano. Durante dos meses, España se


convierte en una gran verbena. Los encargados de
darle vidilla son músicos que tocan cada noche y se

mueven por la carretera con el escenario a cuestas.
Nos empotramos en una de ellas para comprobar cómo

suena Rosalía a las tantas y entre coches de choque


“VENGA, QUE SI AQUÍ NO


SE BAILA, NO COBRAMOS


HOY”, ARENGA EL CANTANTE


JOSEMI AL PÚBLICO, CON


POCAS GANAS DE FIESTA

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