Hace ya siete años bordó este paño especialmente
para que cumpliera esta función. Lo hizo en “hilo
carmencito”, de una hebra, en un pañito común y
corriente comprado en Melero, el almacén más impor-
tante del pueblo. “Una hebra no más, porque de dos
queda muy tosco. En vez de quedar bueno, queda
malo”. A través de un ramillete de flores de diferentes
tamaños, algunas más protagónicas que otras, el bor-
dado se extiende sobre una tela blanca texturada que
le otorga peso y prestancia. “Si a mí se me ocurre hacer
la flor la hago, igual como está aquí”. Pensamientos y
rosas matizadas se ubican en el centro, acompañadas
de chochos (lupinos), capullos y pequeñas flores prove-
nientes del “imaginario”. Estas parecieran derramarse
hacia abajo, abrazando la forma del “cajón del pan”,
como ella le dice.
Malla logra captar el movimiento orgánico y oscilante
de la naturaleza en esta pieza, que a pesar de quedar
fijado en un paño bordado, da la impresión de estar
vivo, de que en cualquier momento se moverá produc-
to del viento.
Puntadas sueltas que tienden a la curva, en punto
“gusano” o, en su mayoría, en festón “porque me
gusta harto este punto, es que lo hallo que es más
lindo y rellena muy luego”, le conceden movimiento a
la totalidad. Los bloques de color de las flores y pétalos
más voluminosos son adornados en su superficie por
detalles mínimos de colores contrastantes, como si
estuvieran salpicados por luces, mientras diferentes
tonos del mismo color dotan de profundidad a la com-
posición.