Doña Sofía nunca fue a la escuela, siempre vivió en el campo, y
para sus hijos quiso una vida distinta, pero las grandes distan-
cias obligaban a dejar internos a los niños. A los 7 años Nilda
entró a estudiar acompañada de su hermano mayor. “No había
salido nunca de mi casa”, relata recordando ese primer viaje a
Cochrane. La travesía demoraba dos días a caballo desde Los
Ñadis, “era la única manera de trasladarse”. Ensillaron un caba-
llo manso para ella y emprendieron viaje. En el camino debían
dormir al aire libre. “Uno buscaba un lugar donde hubiera agua
y pasto para los caballos y agüita para tomar mate. Carpas no
existían, usábamos una lona y una manta tejida para el frío”.
Incluso durante el invierno debían realizar el viaje, ya que cada
3 o 4 meses Nilda regresaba de la escuela al campo. “Uno no
veía nunca a los papás” y eso, quizás, era lo más difícil de la
infancia en sectores rurales.
Apenas regresaba al campo, comenzaba un nuevo proyecto de
tejido o bordado. Aunque su paño de liebres se perdió con los
años, hay otro que sí logró conservar. Es un bordado de pajari-
tos que confeccionó cuando tenía 12 años y que le regaló a su
mamá para tapar la radio de la casa. “Los diseños los tengo
que haber sacado de algún cuaderno o libro”, comenta, y
sobre los colores elegidos, agrega: “Hice lo que pude con los
que tenía a mano".