Bordados con Historia: relatos de artefactos textiles en la cuenca del Baker

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para esta investigación, quienes llegaron con el espíritu de
trazar una mejor suerte para sus vidas. Así, un legado familiar
comenzó a escribir la historia del Baker y la resiliencia se con-
virtió en una herencia traspasada entre generaciones.


“El sur es hermoso, pero duro, implacable y exigente, tuvi-
mos que luchar mucho, pese a todo nos convertimos en pio-
neros y colonos. El hombre aprendió a ensillar caballo y
pilchero, desmalezar la tierra y blandir el hacha. Se hizo
soguero, esquilador, labriego... La mujer aprendió a picar
leña, carnear, arrear el piño y sin haber asistido a la escuela ni
universidad, se tituló como Modista, Artesana, Profesora,
Cocinera, Campesina, Bordadora y, en más de una ocasión,
fue yuyera y partera...”. Con estas sabias palabras la escritora
cochranina, Rosa Gómez resume cómo se logró poblar este
territorio, criando, cocinando y tejiendo al calor del fogón, en
pequeñas casas de madera y piso de tierra.


El ingenio siempre ha sido una herramienta fundamental
para dominar la naturaleza y hacer frente al aislamiento; los
cochraninos lo tenían claro y utilizaban todo lo que estaba “a
la mano”. Una lata vieja, grasa de animal y un retazo de tela
eran suficientes para crear un chonchón y así iluminar las
largas noches patagonas. Todo se reciclaba para crear arte-
factos de uso cotidiano, sobre todo si se trataba de cueros,
como destaca el investigador Juan Sáenz. En los relatos de
las bordadoras, ellas viajan a las pampas donde se cazaban
los ñandúes, para luego aprovechar su carne y convertir su
cuero en preciadas tabaqueras bordadas. Con el cuero de los
vacunos, en cambio, creaban “tamangos” (los zapatos de la
época) y con el de los chulengos (guanacos) los llamados
“quillangos”, algo así como cubrecamas.


Vivir en la Patagonia requiere de una logística precisa, y bien
lo saben las mujeres campesinas que dividen su día entre un
sinnúmero de tareas y oficios que van desde la cocina, el
calor del hogar, los niños, el bordado, el tejido, la huerta, el
jardín de flores, hasta el cuidado de los animales y la man-
tención de los cercos. “(...) Las mujeres, madres o hijas, de la


Gómez, R. Texto central Exposición “Oficios Creativos de los Territorios Ayseninos”, 2019.

región de Aysén no podían depender de la presencia masculi-
na en el hogar, si se terminaba la leña para la cocina o el fogón
debían, sin pensarlo apenas, salir a buscar o bien a cortar los
trozos de lenga, ñirre o coigüe utilizados para la calefacción”.
En los relatos de las bordadoras, también recuerdan otros
roles menos comunes que desarrollaron algunas vecinas del
Baker, como ser domadoras de caballos salvajes, cazadoras de
liebres, leoneras o esquiladoras.

Fueron los llamados “pioneros” y “pioneras” , un concepto
que en la Patagonia hace referencia a “los que llegaron prime-
ro”. Y así fue literalmente: estas familias de colonos llegaron
“antes de que existiesen caminos, instituciones y que se
conozcan las leyes, más aún que se legisle hacia esos terruños
apartados, y a veces, olvidados a nivel central”, cuenta la
antropóloga cochranina, Marta Montiel.

Para el Estado de Chile, fue el 17 de marzo de 1954 cuando
oficialmente se fundó el “Pueblo Nuevo”, en el valle del río
Cochrane. Ese es el nombre que se le dio en sus inicios a la
localidad de Cochrane. Pero décadas antes, ya había comen-
zado a gestarse un poblado en el sector que denominaban
“Las Latas”, junto a las estancias ganaderas y laneras que esta-
ban en el valle del río Chacabuco.

Sáenz J., “Cultura Material del Baker”, 2018, página 76.

Montiel M.,Tesis para optar al grado de antropóloga: “Historia local: Los cimientos de una ciudad, el rol de las mujeres en la colonización de la Patagonia”, 2005.
Ibid.

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