vecino de al lado, estando este a horas, o cuando nos hablan que
tejen/bordan a “ratitos”, misma medida que usaron las autoras para
terminar este libro...y llama la atención, porque en esa coloquialidad
del lenguaje se opaca el concepto de planicación, que con todos los
quehaceres de la ruralidad, se roban calculadamente estos ratitos para
avanzar en su sano arte, y terminar sus trabajos...que incluye el proceso
creativo, hacerse de los materiales...y, claro, encontrar sus “ratitos”...
También identitario es el pronunciar palabras con distancia a lo que
ordena el diccionario...y aquí agradezco enormemente que hayan
dejado esas pronunciaciones con la delicadeza de ser respetuosas...sin
el más mínimo ribete de caricatura.
En un hoy tan plagado de interacciones sin tiempo ni profundidad
suciente para transformarse en verdaderas relaciones humanas,
donde hay una tendencia a caricaturizar los encuentros con el mundo
rural, ya sea idealizando o folklorizando livianamente lo que se ve, con
un snobismo galopante, resulta balsámico encontrar un trabajo como
este, donde se encontraron los espacios para tender puentes humanos
con la calidez suciente para generar conanzas, abrir intimidades, y
comenzar a co-construir a partir de este proyecto, (ojala) algo de más
largo aliento...
¿algo cómo qué?
No sé...pero sería una pena que no ocurriera algo más.
Aprendí que siendo una labor eminente femenina en el territorio
donde se desarrolló este trabajo, la principal visibilidad que tienen las
prendas es cuando las usa el hombre, ya sea por el bordado del pañue-
lo al cuello, la tabaquera, etc., pero con las conanzas generadas, las
bordadoras abrieron sus casas a las autoras, y pudieron acceder a otras
piezas, reservadas solo para quienes pasan el umbral...así el lector se
encontrará con cortinas, fundas, paños, etc., todo siempre con un arte
de ores y algunos pájaros, que le dan colorido y movimiento al borda-
do...pero en los relatos (que en realidad son eso más que entrevistas)
surge mucho más que hilos y guras, aparece la cotidianidad rural...me
trajo a la mente el lindo libro de poesía “remedios caseros” del chileno
Raúl Rivera, donde nos habla de rumor de escobas, ruido de teteras
sobre la cocina, gallinas con sueño, y más guras que evocan “otro
tiempo”...”otro Chile”...otro Aysén, que signica algo distinto para cada
quien, donde la palabra “otro” maniesta “diferentes diferencias”, donde
los años han pasado de otra manera...
Solo me nace agradecer este libro, este trabajo, esta dedicación...que
con una redacción amable y respetuosa dignica el trabajo de mujeres
ayseninas, que allá por el Baker han sabido hacer que este paisaje se
transforme en territorio, conviviendo con los “hondos silencios patagóni-
cos” que mencionaba Sepúlveda Llanos en “Aysén, poesía y tradición”, y
habitando estos rudos ecosistemas...Hay tres palabras que al leer
siempre estuvieron presentes: silencio, intimidad y complicidad, y creo
que han sabido, con estos tres ingredientes, conseguir un relato que nos
muestra que la poética puede ser un espacio habitable.
Solo nalizar con un párrafo del surcoreano ya citado, que me hace
sentido probablemente porque también sentí dicha al entrar en los
ritmos de los relatos, que creo están ligados a la “sensación de la tierra”,
hacia donde denitivamente debiéramos volver a mirar:
H. Gustavo Saldivia P.
Coyhaique
Iniciando la primavera aysenina 2022
“Desde que trabajo en el jardín me acompaña una extraña sensación,
una sensación que antes no conocía y que también siento corporal-
mente con mucha fuerza. Es una sensación de la tierra, que me hace
dichoso. Quizá la tierra sea un sinónimo de la dicha que hoy se aleja
cada vez más de nosotros”