karawanzine

(karawanzine poeticopX_bn9) #1
bros. Eso no tenía pinta de fiesta
para nada. Pero al adelantar un par
de pasos el Mafi suelta: -¡Mira, tú!-

. Y de repente a la izquierda se nos
aparece una inmensa nave diáfa-
na, dispuesta casi toda ella en lar-
gas filas de mesas pegadas unas a
otras. Algunas vacías otras con or-
denadores, bajo un inmenso techo
a dos aguas abuhardillado. En esos
instante no vimos a nadie, la sala
estaba vacía, aunque se escuchaba
electrojarana de fondo. Y efectiva-
mente al pasar el umbral de la puer-
ta nos pispamos de que al final de
la nave había dos chavalas de unos
veinte tantos años en un stand im-
provisado. Nos acercamos veloces y
ligeros como si fuéramos a ruedas.
Estaban cobrando la entrada. -Son
10 euros, incluye mini de cerveza y
sándwich- dijeron con sus amables
sonrisas sintonizadas. Más tarde
supimos que eran hermanas y de
Alcorcón. Pasamos a la fiesta. Era
una espectacular azotea con vista-
zas a todo Madrid, estaba abarro-
tada de gente bailando, charlando,
fumando, ligando y sobre todo pim-
plándose minis de birra. Pegado al
muro, nada más entrar, había una
especie de barra con sus tiradores
de cerveza y al lado una mesa con
bandejas de sándwiches. La cama-
rera era otra chica un poco más ma-
yor que las anteriores, enjuta, jovial
y un tanto nerviosa, qué servía mi-
nis de cerveza a espuertas, que no
daba abasto. Mientras un diyei cua-
rentón con rollo, es decir tatuajes,
pelo en la cabeza de corte moder-
nito, fibrado y demás, estaba subido
en un altillo pinchando electrojaus.
Llevaba los cascos reglamentarios
y los aspavientos bailongos que
corresponden a su condición cha-
mánico-fiestera. Vamos, todo a lo
cúl carabanchelero. Estuvimos un
buen rato bebiendo minis de cer-
veza y meneando el cuerpo lo jus-
to para creernos que bailábamos,
mientras contemplábamos a las ga-
txises del sarao. Tras acabar mi se-
gundo mini de birra decido salir de
la azotea para preguntar a las chi-
cas de la entrada sobre el alquiler y
las condiciones del espacio. Ellas no
sabían mucho y me dieron el telé-
fono del tipo que llevaba el cotarro.
Era un tal David Israel Montemo-


lín o algo así, acababa de irse de la
fiesta. Ese era el magnate del tema,
un arquitecto de buena familia de
origen yabeíta. Tenía pinta de friki
y manos de monja como de no ha-
ber currado en su vida, sudorosas
como de salido. El caso es que las
condiciones eran buenísimas y ni
me lo pensé. A principios de octu-
bre ya estaba allí asentado tras una
infernal mudanza. El sitio no estaba
mal aunque en realidad era una es-
pecie de coworking batiburrillo de
pintores abstractos rururbanos, di-
señadoras gráficas, artesanas de la
costura, una empresa de coches de
alquiler, un taller de joyas baratas y
el menda que os habla. Un tipo me-
dio, vestido con un mono de obrero,
que se dedicaba a pegar, pintar y
rajar compulsivamente todo lo que
encontraba en la basura que le pa-
recía atractivo por raro o repetitivo.
Estábamos ubicados en el Polígono
ISO, probablemente el punto neu-
rálgico de la nueva movida artísti-
ca madrileña post-Lavapiés. Duré
cerca de un año, hasta que un buen
día el magnate Montemolín y su so-
cio, un pijazo psicópata de origen
polaco, qué me recordaba mazo a
uno de esos borjamaris de la serie
de Al salir de clase (creo que era el
que hacía de Iñigo), prefirieron que
se quedara con el espacio una em-
presa de no se qué movida seria que
te cagas, por lo visto. De la noche a
la mañana estábamos todos fuera y
no sé más.
Durante este tiempo participamos
en dos eventos bien guapos. ARTIS-
TAS DEL BARRIO y ARTBANCHEL.
Ambos tenían en común que los
artistas de Carabanchel abrían sus
talleres y galerías a la gente duran-
te un fin de semana. Había exposi-
ciones, eventos, música. Muy guapo
la verdad. Artistas del Barrio lo lle-
vaba una chica belga trabajadora y
con buenas ideas, Eponine. Su pro-
yecto fue creciendo durante más de
15 años, empezó en Lavapiés y se
extendió a otros barrios de Madrid,
hasta que llegó la pandemia. La co-
nocí porque entró a colaborar con
nosotros en La Casa de Jacintos en
el 2004. Con el tiempo fue elegida
presidenta de la asociación. Art-
banchel lo coordinaban unos tipos

barbudos que eran pareja, vivían en
un espacio al que llamaban Casa-
banchel, y que usaban como centro
de operaciones artísticas y fieste-
ras. En la tercera edición de Artban-
chel nos cedieron el espectacular
patio interior de su keli, para pre-
sentar el número 13 del fanzine Su-
percoño en el qué habían participa-
do gente como Ana Curra, Alberto
García Alix, Ramón de Pomar, Mos-
quera de la Vega o Alejo Axel Heyer.
Esta presentación formaba parte
del programa del festival de danza
G ATADAN S.


  • Bueno parece que no se han por-
    tado nada mal los de Casabanchel-.
    Me dije en su momento. Pero al aca-
    bar Artbanchel hacían una fiesta
    exclusiva en la que los colaborado-
    res también eran invitados. Pero no
    todos, algunos fuimos excluidos. Al
    menda no le dijeron ni pío, se ve que
    no debía de dar el perfil. Ahora re-
    cuerdo que en Patanel, la cervece-
    ría esa tó cool de barrio, de la calle
    Pedro Díez, a la que solía ir con fre-
    cuencia, un día que nos juntamos
    mucha banda de la zona del polí-
    gono, se comentó acaloradamente
    como en el mundillo del arte, inclu-
    so aquí, había castas -piden tu cola-
    boración, te usan de gratis con sus
    buenos propósitos, sacan su pasta
    de subvenciones y después, ¡ahí te
    has quedas, con cara de tolai y sin
    ver ni un clavel!-. Espetó con gran
    vehemencia y el dedo índice levan-
    tado, un conocido de una colega.
    Uno de esos días carabancheleros,
    iba de ruta cervecera por el Polí-
    gono ISO con mis colegas, Quino
    de Genoma Póetico y Yurema de la
    imprenta Gráficas Almeida, la que
    está en la calle Alondra 28. Mientras
    nos estábamos tomando las prime-
    ras de la tarde en Patanel, vemos
    pasar por la calle al Indio. - Mira ese
    es el Indio, el del Gruta 77-, señala
    con el pulgar Yurema. - Ha sacado


RELATO

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