karawanzine

(karawanzine poeticopX_bn9) #1

U


n buen día mientras hus-
meaba en las redes sociales
me percaté que había sido
invitado a una fiesta en Caraban-
chel. Era un conocido, el diseña-
dor gráfico Juan Herrero el Tieso.
El evento tenía como objetivo dar
a conocer a la gente el espacio. Lo
alquilaban por zonas de trabajo de
unos 3, 5 ó 7 metros cuadrados. No
especificaban mucho más. Lo cierto
es que yo ya llevaba tiempo con Ca-
rabanchel en mente. Sabía que mu-
chos artistas se estaban yendo allí
a montar sus talleres. Vamos que la
invitación venía pintiparada. En esa
época tenía alquilado un pequeño
local más bien caro en el centro de
Alcobendas que usaba de taller. Al
que no le faltaban sus vecinos sin
vida tocapelotas, esos qué hay en
todos los sitios, ya sabéis. Estaba
cerca del bar La Calaca donde en-
sayaba el grupo de música oi, Kaos
Urbano que eran colegas. Le puse
nombre al local, la EZKORRENTÍA
KREATIBA. Llevaba por entonces
un año trabajando con materiales
de deshecho cogidos de la calle o
que me sobraban en casa. Realiza-
ba una especie de ensamblajes de
mierdas inservibles sobre tablas.
Las que más gustaba a todo el que
se pasaba por allí, eran aquellas de
los paneles de latas de bebida pega-
das unas a otras en serie. Pintadas
de amarillo o negro y luego rajadas
en líneas centrípetas que formaban
como un vórtice desesperado.


  • Hay que estar en el lugar adecua-
    do de una vez por todas- me espeté
    a mi mismo de repente en alto, con
    la mirada febril de un Alonso Qui-
    jano. De modo que di un toque a mi
    colega alcobendense Mafi de An-
    dradas para que me acompañara a
    la fiesta. Este siempre se apuntaba
    a un bombardeo. Me interesaba ver
    el sitio como posible taller, además
    seguro que me encontraría con
    viejos conocidos del artisteo de la
    autoedición madrileña. Gente del
    mundo fanzinero y de las asocia-
    ciones culturales. Peña que empe-
    cé a conocer desde que montamos


La Casa de los Jacintos en el 2002 y
que hacia tiempo que no veía. De
modo que salimos de Alco a las 18
horas, y tras 25 minutos en coche
por la M30 llegamos a la puerta del
número 45 de la calle Algorta. Lla-
mamos, tardaron en abrir, subimos
unas escaleras, pillamos el ascen-
sor, solo tenía tres pisos, apreta-
mos el botón del último. Al salir
nos percatamos de que había otro
tramo de escalera que continuaba
hacia arriba. Hicimos el ademán
de subir, pero al girar la vista a la
izquierda fuimos alertados por un
buen rokanrol de fondo. Entonces
vimos una puerta de fulgente pla-
teado, y nos dijimos: -¡Hostia, va-
mos a entrar, qué cojones!-. Y nos
olvidamos en un instante del sitio al
que íbamos. Empujamos la puerta y
al abrirse flipamos. ¡Pedazo de si-
tio, qué te cagas!. Nada más entrar
nos pareció una mezcla de garitos,
entre malasañero de los de antes y
tipo nave industrial de Berlín, todo
muy curráo. Suelos de cemento y
techos encofrados atravesados por
grandes mangueras de ventilación
de aluminio. Las paredes se divi-
dían en una zona roja llena de car-
teles de portadas de discazos. Y otra
zona gris con grabados de rostros,
iconos del rokanrol, Jim Morrison,
Janis Joplin, Kurt Kobain, Jimi Hen-
drix, etc. Al frente unos ventanales
cuadrados estilo Bauhaus con unas
vistazas brutales de Madrid. Y fi-
nalmente unos sillones de aspecto
confortable que te cagas como de
skay, dos morados y dos amarillos.
Próximo a la barra estaban los ser-
vicios con un poster de Sid Vicius
pegado a la puerta. De ahí arran-
caba un largo pasillo por el que no
paraban de entrar y salir músicos.
Menudo sitio guapo. Estábamos en
nuestra salsa, de manera que nos
lanzamos ufanos y joviales hacia la
barra. -Dos tercios de Estrella Ga-
licia por favor-. La camarera nos
recibió de muy buen rollo así que
aprovechamos para preguntar. Nos
contó que este sitio se llamaba EL
OBSERVATORIO y aparte del bar

tenían locales de ensayo. Vamos,
el paraíso de rockeros cuarentones
como nosotros. Cuando le dijimos
donde íbamos, ella nos explicó que
la fiesta la organizaba el espacio
OMNI, una asociación un poco hete-
rogénea y tal, y que era en la planta
de arriba. Al acabarnos los tercios le
digo a Mafi: - ¿Bueno Mafi qué, subi-

mos ya o qué?-. Estaba como obnu-
bilado y es tardo en contestar – Si,
qué como nos pidamos otra, luego
va otra y otra, y de aquí no nos mue-
ve ni dios – exclama cambiando el
gesto a efusivo echándose unas ri-
sas. Así que decidimos largamos.
Nos despedimos de la camarera y
en ese momento justo, se cruza con
nosotros un tipo enjuto, encorvado,
de rostro ajado entre calavera y ra-
tón, con pelo largo lacio, de mirada
chispada. Nos miramos el Mafi y yo
y exclamamos al unísono: -Coño el
Drogas!, el de Barricada-. -Joder ,
¡como mola este puto sitio, dios!.
Como dos adolescentes íbamos. Ti-
ramos escaleras pá arriba y al llegar
al rellano lo primero que vimos fue
una cristalera cerrada que dejaba
ver una azotea no muy grande con
palés, bolsas de cemento y de tierra
medio gastadas y algunos escom-
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