Él estaba sentado en una silla, llevaba una camisa blanca semi
desabrochada, un pantalón oscuro y medias negras. A la izquierda de la silla
había un refrigerador con fotos y pegatinas adheridas a él, y a la derecha se
ubicaba un mesón con todo lo necesario; el lavaplatos, el fregadero, la
plancha para cocinar, los gabinetes, un horno, una alacena para guardar los
utensilios, y una cafetera. Todo se encontraba desordenado y sucio. Había
una pila de cubiertos sin lavar, además de polvo y grasa acumulada. Frente
a él estaba una pequeña mesa circular, y sobre esta reposaba un celular
plano con una placa policial, además de unos lentes transparentes y un
sombrero marrón.
El hombre miraba la soga, que sería la cómplice de su suicidio. Esta
pendía impaciente buscando saborear ese cansado cuello, y deseando a la
vez ser su fiel compañera en los últimos minutos que le quedaban de vida.
El sujeto se subió a la silla y acomodó la cuerda alrededor de su cuello, pero