—¿Crees que sería seguro ir a ese lugar? —preguntó Morgan.
Él estaba sentado en una silla con rueditas frente a la computadora,
mientras que Sam yacía boca arriba en su cama observando el techo.
—No lo sé, pero sea seguro o no... debemos ir —dijo Samuel, quien
se incorporó y miró a Morgan, añadiendo—: Es cuestión de horas para que
la policía nos rastree y lleguen a mi casa. Ahora son las once de la mañana.
Así que tenemos nueve horas antes de que anochezca. Si eso sucede será
más difícil llegar al sitio.
Morgan se mantuvo en silencio unos segundos. Su rostro expresaba
vergüenza y gratitud.
—En verdad... te doy las gracias, Samuel. —Él lo miraba con
seriedad—. Arriesgarte de esta manera por mí... es... No tengo palabras para
expresar lo mucho que aprecio tu ayuda.
—No es nada... —Samuel agachó la cabeza y miró sus propias
manos con cierta tristeza—. Yo solo... ya no quiero equivocarme de nuevo.
—¿Estás... bien? —preguntó Morgan con preocupación.
—Sí, sí, no es nada. Simplemente se trata de algo de mi pasado. —
Él intentó cambiar de tema—. ¿Por qué no te das una ducha y salimos de
aquí? Tengo ropa limpia en el armario.
—Está bien, pero... —Morgan se puso de pie y tragó saliva dándole
la espalda a Samuel—. Ya hiciste demasiado por mí. De ahora en adelante
iré solo. Tú quédate a salvo con tu abuela, y si viene la policía diles que te
amenacé con matarte para que me ayudaras. Amigo, yo no quiero
comprometerte más en esto.
—¡No lo haré! —exclamó Samuel seriamente.
Morgan volteó a verlo bastante sorprendido.
—¡Prometí ayudarte y no te dejaré solo en esto! ¡Estoy cansado de
que me vean como el chico débil! ¡Estoy cansado de que piensen que soy
un inútil!
Sam fruncía el ceño con impotencia.
—Yo no... —dijo Morgan sintiéndose culpable, luego añadió—: No
pienso que seas débil.
Al escucharlo, Samuel volvió en sí y cambió rápidamente su
expresión.