pistolas y sus radios, los metió en la valijera. Al terminar de hacer eso,
cruzó en medio de los chicos y se acercó al portón.
Morgan y Sam observaban atónitos cada cosa que ella hacía. Ya
estando frente a la entrada, la joven sacó otra llave de su bolsillo, abrió el
candado y quitó las cadenas. Mientras empujaba el portón, volteó un
instante y miró a Samuel, extendiéndole nuevamente el brazo.
—Toma... mete el vehículo. Una vez que lo hagas, la volveré a
cerrar.
—Bu... Bueno —respondió él sin siquiera objetar.
El chico cogió las llaves y se dirigió rápidamente hacia el vehículo,
el cual se encontraba a cinco metros. Una vez que estuvo dentro del predio,
la misteriosa chica cerró el portón y lo encadenó de vuelta, exigiendo que
Morgan entrara al automóvil. Ella subió en el asiento trasero y ordenó
nuevamente.
—Dirígete hacia donde yo te diga.
Sam condujo hasta el garaje de la vieja fábrica. Esta apuntaba en
dirección al baldío. El edificio abandonado no tenía nombre, solo cuatro
grandes letras en sus muros; B R M C. Ella sacó un control, y después de
pulsar un botón, automáticamente la puerta del garaje se abrió. Una vez
adentro, ordenó que bajaran del vehículo.
—Tardaste demasiado, Morgan. No pensé que tendrías compañía...
¿Por qué no acabaste con esos policías? Yo los estuve observando desde la
ventana, pero al ver que no te movías... tuve que intervenir.
Tanto él como Samuel se sorprendieron por sus palabras.
—¿A-Acaso eres quien me había enviado ese extraño correo?... —
Morgan tragó saliva—. ¿Tú eres... Esmeralda?
—Sí —dijo ella. Luego rápidamente agregó—: Pero no debería de
sorprenderte quien soy. Después de todo... estás aquí porque descifraste el
correo.
—Eh... de hecho... yo no lo hice —dijo él, apenado.
Esmeralda lucía sorprendida.
—¿Qué quieres decir?
—Mi amigo Samuel fue quien descifró el código... Yo no entiendo
nada de esas cosas.