—¡Guaau! ¡La vista es espectacular! ¡Puedo ver la universidad
Doctan! ¡Y allá al otro extremo está Lupedia! ¡Miren!... ¡También se ven
los hospitales y los centros comerciales! ¡Asombroso!... ¡El zoológico y los
parques lucen realmente hermosos desde aquí! ¡Es genial!
››¡Incluso puedo ver el asilo en donde se llevaron a mi abuela!...
Espero que en ese lugar ella esté a salvo. ¡¿Qué digo?! ¡Claro que lo estará!
Después de todo, es mi amiga quien la está cuidando. Ese hogar de ancianos
donde ella trabaja es el mejor sitio.
››¡Oh! ¡Allá!... —Sam se tornó más serio—. También puedo ver la
cárcel desde aquí.
Por alguna razón, ese lugar siempre me dio escalofríos. Nunca
entendí por qué esta isla necesitaría una cárcel, pensó el chico.
—Me alegra que te guste —comentó Boldort mientras se acercaba a
su escritorio.
—¿Quién es el hombre del cuadro?... ¿Algún familiar suyo? —
preguntó Morgan mirando fríamente la pintura.
—Sí, él es Fabio Raxán; mi difunto abuelo, y el mejor historiador
que tuvo esta nación.
—Ya veo —respondió él contemplando el cuadro.
Samuel se acercó hacia Boldort y Morgan. Él, al ver los objetos
encima del escritorio, preguntó: señor Boldort, ¿para qué son esas tijeras y
pinzas?
—¿Eh? ¿Estos?... —El Raxán tomó esas cosas y las guardó
rápidamente en uno de los cajones de su escritorio—. En una ocasión
tropecé y caí, así que tuve que quitarme una varilla puntiaguda cerca de la
ceja. No le des importancia.
—¿Usted estaba borracho? —preguntó Samuel.
—Efectivamente —respondió Boldort con una sonrisa
desvergonzada.
—Entiendo.
Esmeralda se encontraba a unos metros de ellos, y después de haber
echado una mirada rápida al lugar, soltó el bolsón negro y lo dejó caer en la
alfombra. Ella se acercó al Raxán, y dijo: oye, viejo inútil... ¿por qué esta