La gobernadora Celia estaba en el suelo, temblando y llena de
lágrimas. Ella quiso escapar mientras que Caluti confesaba todo, pero su
cuerpo no le respondió. Morgan se acercó al magnate, y apagando el
transmisor, le dio una orden.
—Caluti, mírame...
El hombre alzó la vista y el limario siguió hablando.
—Ahora míralos a ellos.
Su padrastro observó a los chicos con aparente tristeza.
—Tú te encargaste de exprimirnos física y mentalmente. Así que,
con eso en mente, quiero preguntarte si valió la pena tanto esfuerzo... ¿Son
tus ideales tan nobles como para justificar todos estos sacrificios?
››¿Crees que la sangre de los pigmentados de hace doscientos años,
descansará en paz cuando logres tu cometido?
Al escuchar eso, Caluti lloró con muestras de arrepentimiento.
Hmmm... Al parecer todavía conserva un poco de humanidad dentro
de él, pensó Morgan. En ese momento volvió a encender el transmisor para
que los demás oyeran.
—Yo... ¡Yo no quería que esto pasara! Morgan, tú eres como un hijo
para mí. ¡También ellos lo son!... ¡Todos son realmente especiales!
—No te mientas a ti mismo, Caluti. Solamente somos especiales por
el cromosoma que querías desarrollar en nuestros cuerpos. Si no fuera por
eso, no seríamos diferentes de cualquier otro pigmentado.
››Nosotros no somos especiales, ni pretendemos serlo. Aun así,
quiero saber si tú planeaste lo de Bárbara.
—Ese plan... —El magnate se veía avergonzado—. Eso fue idea del
doctor Magnus. Él tenía un especial interés por esa jovencita, pero...
realmente no sé de dónde la conocía.
—Qué asco, maldito viejo pervertido —comentó Esmeralda desde el
transmisor mientras ingresaba a la oficina de Boldort.
Samuel les había abierto la puerta, ayudándola a sostener a Návila
para recostarla en el sofá. Magnus se cubría el rostro con mucha vergüenza
desde la furgoneta. Caluti continuó hablando sin saber que lo estaban
escuchando.