Belton era alto, de piel blanca y contextura delgada. Su cabello y
ojos eran de color café. Tenía unos lentes transparentes y algunas pecas en
las mejillas. Llevaba un uniforme azul marino y zapatos negros. Cerca del
cinturón, colgaban su radio, una pequeña pistola de plasma y una maquinita
extraña.
—¡Pero! ¡Yo lo vi morir! ¡Usted!... ¡Usted falleció en el patio
trasero de mi casa!
—Sí, sí. Es cierto, mocoso. Técnicamente he muerto, pero, si mi
amigo no hubiera llegado, yo no estaría aquí para contarlo.
—¿Murió?... No lo entiendo —dijo Samuel cada vez más
confundido.
Los cinco policías de atrás ya se veían impacientes, todos con los
ceños fruncidos.
—Quince segundos... —comentó Belton acomodándose los lentes.
—¿Eh? —La confusión del chico aumentaba—. No lo entiendo,
señor.
Belton llevó el puño a su boca, tosió levemente para aclararse la
garganta, y luego se dispuso a explicar.
—Desde hace varios meses, la policía de Paronia cuenta con este
aparato.
Él les mostró la pequeña maquina parecida a una picana eléctrica, y
luego siguió explicando.
—En el departamento de policías lo nombramos: “S R I”, o para
dejarlo más claro, “Sistema de Resurrección Inmediata”.
Al oír eso, Sam abrió aún más los ojos.
¿SRI?... Ese nombre... ¿Dónde lo había escuchado antes?... ¡Estoy
seguro de que lo vi en algún lugar!, pensó el chico. Belton siguió con su
explicación.
—Quizás ustedes no lo sepan, pero algo que deben tener en cuenta,
es que una herida en nuestro cuerpo tarda en sanarse naturalmente alrededor
de dos a cinco días. Claro, obviamente este dato es relativo dependiendo del
tipo de lesión.
››Nuestros vasos sanguíneos se abren en la zona dañada y, por ese
medio, la sangre lleva los nutrientes y el oxígeno a la herida.