El agente veía al joven correr y alejarse apresuradamente por el
pasillo. Cleman cruzó al lado de su amigo.
—Robert... ¿Por qué el chico llevaba un cuchillo en la mano? —
preguntó bastante confundido.
—Larga historia... Te lo explicaré luego. ¡Sígueme!
Samuel se detuvo después de haber cruzado trece puertas. Frente a
él se encontraba la habitación N. 34. La entrada era de color marrón y tenía
letras doradas en ella. El chico tragó saliva. Los dos agentes llegaron junto a
él, y se percataron de que dudaba en girar el picaporte redondo.
—Oye. ¿Estás seguro?... Podemos hacerlo nosotros si quieres —
sugirió Belton.
El oficial tenía miedo de lo que el chico pudiera encontrar al otro
lado.
—Ya vine hasta aquí... —Samuel desactivó su casco. Este tenía el
ceño fruncido—. Debo terminar lo que empecé.
Una vez dicho eso, abrió la puerta con vehemencia y apuntó
inmediatamente el cuchillo hacia el frente, sujetándolo con ambas manos.
La habitación se encontraba muy desordenada; había una gran
cantidad de sangre esparcida por la alfombra gris gamuzada. Un pequeño
armario yacía en el suelo junto a un velador roto. También había virutas de
vidrio al lado de dos jeringas.
—¿Qué son... estas inyecciones? —dijo Sam con miedo y
curiosidad.
Al ver las sábanas de la pequeña cama desarregladas, una sensación
de escalofrío inundó todo el cuerpo del muchacho. Este vio un rastro de
sangre que se dirigía hacia el baño. En ese momento los dos hombres
ingresaron detrás de él.
—¿Qué... ocurrió aquí? —preguntó Belton asustado.
Ellos hicieron un chequeo rápido de la habitación. Sam temblaba y
daba pasos lentos mientras seguía el rastro de sangre. Un pasillo de tres
metros, pobremente iluminado, se extendía hasta llegar al baño, cuya luz se
encontraba encendida. La puerta estaba cerrada, así que Sam giró el
picaporte y lo abrió lentamente, todo eso sin dejar de temblar.